10 mar 2024

Un lechuzón en el estadio Kempes

 


La Voz del Interior - Edición Electrónica (10/03/2024)
La historia detrás de la foto: un nido de lechuzón en el estadio Kempes

Un avistaje de aves terminó dando lugar a varias visitas, de día y de noche, para seguir el crecimiento de un pichón de esta especie.
Era una mañana de abril de 2017 y con el equipo de la Fundación Mil Aves habíamos organizado un avistaje en el Parque del Kempes, en plena ciudad de Córdoba. Avistadores, fotógrafos y familias, presentes. Cupo completo.
El estadio Kempes está situado a la vera del río Suquía. Allí quedan aún algunos parches de vegetación autóctona, aunque la gran mayoría es flora exótica. Por suerte, una parte de arbustos con pastos altos dejaron en pie y gracias a eso las aves tienen refugio, alimento y lugar para nidificar, condiciones clave para su subsistencia.
El avistaje fue en otoño, cuando las aves ya no están tan activas como en primavera y verano. Cada ave o nido observado iba acompañado de una explicación de los biólogos. En un momento, nos bajamos de la vereda de cemento y nos dirigimos por un sendero apenas marcado, flanqueado por pastos altos y secos. Nos detuvimos a observar un sietecolores en todo su esplendor y a un chororo.
Avanzamos unos metros más y, de repente, desde el pastizal, desde abajo de un espinillo, salió una ave enorme volando al ras del suelo. Se desplazó sin hacer ruido alguno hasta desplegar sus enormes alas para frenar su vuelo y posarse en la rama de un árbol, como queriendo exhibirse en vez de huir o esconderse, lo cual sería su actitud normal. Era un fantástico búho.
Por este comportamiento poco habitual deduje que estábamos cerca de su nido: es una técnica distractiva que emplean algunas especies. También sabía que estos búhos nidifican en el suelo en otoño e invierno, debido a que hay menos follaje para poder detectar sus presas. Todo el grupo estaba en silencio, observando a semejante ave que nos miraba fijo, con sus alas extendidas para parecer más grande y peligrosa.
Les pedí a todos que me esperaran un momento. Lentamente y con cuidado fui acercándome a la zona de donde emergió del pastizal, para intentar detectar dónde ponen sus huevos y crían a sus pichones. No se le puede llamar nido: estas aves depositan los huevos directamente en el suelo, sin ningún material extra.
Luego de unos minutos pude ver en el suelo, sobre pasto aplastado, un huevo blanco, casi redondo. Me emociona por igual encontrar nidos con huevos como sacar una buena foto a un ave.
Habíamos encontrado un nido de lechuzón orejudo. De ellos no hay muchos registros en Córdoba. Mi alegría era enorme. Lentamente, volví con el grupo, comuniqué el hallazgo y desde unos tres metros les mostré el único y blanco huevo. El avistaje luego continuó por otras zonas.
A los dos días, con la intención de hacer un seguimiento a este nido, volví al lugar. Con sigilo me acerqué. Uno de los lechuzones estaba en una rama seca, desde donde me observaba. Al mirar el nido descubro que los huevos eran ahora dos.
Días después volví, y con binoculares observé los dos huevos blancos. Al día siguiente, otra vez, ya sospechando que la eclosión era inminente. Ahí observé una cosa muy esponjosa, de un blanco inmaculado, que al levantar su cabeza dejó ver su forma de ave: había nacido el primer pichón.
El pichón en el pico presenta una protuberancia llamada diamante, con la que desde el interior del huevo lo abre para salir. Lo documenté y me alejé. Al cabo de unos días, ya el pichón estaba más grande y el otro huevo aún seguía ahí. Ese nunca nació y los “padres” lo retiraron del nido (o quizás fue depredado).
Con los días, el pichón fue creciendo y su plumaje pasó de blanco a marrón claro. Una tarde fui y ya no estaban en el árbol ninguno de los dos adultos de guardia. Esperaba lo peor. Miré con binoculares el nido y constaté que el pichón tampoco estaba. Tenía dos hipótesis: había sido depredado por un zorro o un perro doméstico, o como ya caminaba solo se había desplazado a un lugar más seguro.
Esa tarde me volví a casa a leer más sobre la especie y a consultar a los biólogos de la Fundación Mil Aves.
Buscarlo era difícil. Se me ocurrió volver de noche, ya que los padres los alimentan de noche, cuando estas aves son más activas. Fui dos noches seguidas de temperaturas invernales y nada; no se escuchaba ningún sonido ni se apreciaba ningún movimiento. Hasta que se me ocurrió utilizar una cámara térmica y así buscarlo en la oscuridad.
Me hice de un teléfono Caterpiler con cámara térmica y a medianoche volví al lugar. Comencé por el cañaveral y al cabo de tres horas de caminar lentamente, en completa oscuridad, una mancha naranja apareció en mi pantalla. Era el pichón. La adrenalina me invadió.
Ya tenía casi el tamaño de un adulto, pero le faltaba para volar todavía. Se desplazaba por el suelo, caminaba confiando en su mimetismo y sigilo y, obviamente, en la protección de sus padres que, aunque yo no los veía estaban cerca y atentos. Al día siguiente, ya con la luz del sol, regresé y lo pude ubicar con relativa facilidad en el cañaveral. Lo fotografié y me fui.
A los días regresé, a modo de despedida, porque sabía que no lo volvería a ver, ya que su plumaje estaba casi listo para volar.
Queda demostrada la importancia de no ver a la vegetación nativa (incluso yuyos) como algo desprolijo o descuidado. Lo debemos ver como la fuente de vida para miles de seres vivos de nuestra flora y fauna autóctona.
No sólo debemos promover espacios con flora nativa en lugares públicos, sino tener políticas claras que los regeneren. Así, aumentaría la biodiversidad para acceder a ecosistemas más sanos en parques y plazas urbanas.

Por Guillermo Galliano - Fotógrafo especializado en aves. Preside la Fundación Mil Aves, en Córdoba.
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