28 jul 2019

Todos quieren estar en las Sierras, pero...



La Voz del Interior (28/07/2019)
Migraciones en las sierras: ¿Se puede cerrar el paraíso?

En las sierras cordobesas, se hace fuerte un peligroso discurso “antimigratorio”, semejante al que se escucha en Europa y Estados Unidos, pero con un sentido muy distinto.
De un tiempo a esta parte, hay un sostenido flujo migratorio desde las grandes ciudades a las pequeñas comunidades serranas: personas con importantes recursos materiales y simbólicos se alejan, por caso, de Córdoba, Rosario o Buenos Aires para radicarse en paisajes de las sierras, por su tranquilidad y cualidades medioambientales.
Esta migración no se motiva en necesidades económicas sino en un deseo asociable al mito del paraíso, adaptando la descripción que ya en la Edad Media propuso la épica filosófica del locus amoenus (“lugar idealizado”): se valoran sus fuentes de agua, la riqueza de sus huertos, sus aires, la diversidad de aves y fauna, la potencia de su vegetación.

Conflictos
Es una migración conflictiva. El periodista de La Voz Fernando Colautti ha descripto las dos tensiones más significativas que crea. Por un lado, los servicios básicos, ante la nueva demanda, pueden entrar en crisis y requerir obras de infraestructura que no estaban en los planes de nadie, lo que impacta sobre ese medio ambiente tan valorado; por otro, entre los recién llegados y los nativos se genera una tensión cultural alrededor de las soluciones posibles para los problemas comunitarios.
Sobre la tensión cultural, Luciana Trimano, investigadora del Conicet, realizó una notable investigación en Traslasierra hace cinco años: los recién llegados creen tener el saber que a los nativos les faltaría, y desde esa posición de supuesta superioridad se niegan, por ejemplo, a la llegada del asfalto y de otros símbolos del progreso anhelados por los nativos; conclusión, los imaginarios de ambos grupos sobre el concepto de bienestar se oponen.
Sobre la tensión medioambiental, Adrián Koberwein, también investigador del Conicet, acaba de publicar un inquietante artículo centrado en la crisis hídrica que padeció la zona de Sierras Chicas (2007-2015).
Aquella crisis, recordemos, produjo una histórica bajante en el nivel del Dique La Quebrada que motivó un racionamiento del agua y, con ello, un significativo cambio en las costumbres de los residentes: “Acá nos bañamos cada dos días”, le dicen a Koberwein, como señal de sacrificio y responsabilidad.
Entonces, emergió una inusitada “esfera pública” en la que se formalizaron distintas organizaciones sociales para darle peso a sus propuestas. El debate se detuvo, entre otros puntos, en el aumento del consumo, la falta de una infraestructura acorde y el incremento de la construcción.
Aclara Koberwein: “A juicio de una gran cantidad de actores, el principal impacto sobre el agua lo ha generado en los últimos años el avance de emprendimientos inmobiliarios de viviendas y complejos turístico-recreativos”.
De ello se deduce que esa “ola constructiva” representa una amenaza para el proyecto con el que llegaron los nuevos migrantes. En palabras de Koberwein, “buscando lugares más amigables para vivir, algunos habitantes de las Sierras Chicas se enfrentan actualmente al mismo tipo de fenómenos de los cuales voluntariamente se alejaron: procesos de urbanización, aumento poblacional y presión sobre los recursos, modificación del paisaje y perturbación de la tranquilidad y del buen vivir que fueron a buscar”.
Es interesante detenerse en este punto. Mutatis mutandi, el discurso que habitualmente escuchamos en políticos o integrantes de la sociedad civil de Europa o de Estados Unidos en contra de los migrantes que pugnan por llegar a los países centrales es el mismo que estos investigadores advierten entre nosotros. En esos casos, todavía es una migración determinada por necesidades económicas; aquí, es gente que tiene resuelta su subsistencia y que dispone de un capital para invertir.
Este discurso de los “neoserranos” apunta a cerrar las sierras cordobesas con distintos instrumentos legales para desalentar, si no frenar definitivamente, la migración. En las Sierras Chicas, por ejemplo, al debate lo fueron ganando quienes pusieron el acento en el concepto del “desorden”: así surgió una fuerte demanda a favor de un “ordenamiento territorial” que limitase al “desarrollismo”; el plan fue frenar las inversiones inmobiliarias y la construcción tomando como argumento el mal comportamiento de algunos de estos actores –que desviaron cursos de agua, alambraron algún segmento del río e impidieron el libre acceso a senderos–, en vez de combatir puntualmente estas violaciones del marco normativo.
La proliferación de reservas naturales y otros espacios protegidos habría ocurrido en este contexto: toda hectárea bajo protección, al mismo tiempo que se resguarda medioambientalmente, es una hectárea que ya no estará disponible para quien quiera venir a radicarse.
Por eso, Koberwein acierta cuando cita al geógrafo británico David Harvey: “No hay proyecto ambiental que no sea, al mismo tiempo, un proyecto de sociedad”. Es necesario proteger el medio ambiente y lo poco que queda del monte nativo cordobés, pero ¿este es el precio que debemos pagar, la legitimación de un discurso antimigrantes?

Utopías
Un funcionario municipal le dijo a Koberwein que le gustaría vivir eternamente bajo la vigencia de una ordenanza que decrete la “emergencia hídrica” porque así se suspenden los loteos, las ventas de terreno y el otorgamiento de permisos de construcción.
Ese funcionario representa el sentir de su comunidad ya que está en línea con el discurso utópico plasmado en un audiovisual elaborado por una agrupación ambientalista, que narra en pasado el futuro venturoso de las Sierras Chicas, como si verdaderamente hubiera ocurrido: “el desarrollo social y económico” se consiguió por la conservación de “la flora, la fauna, el paisaje”, una alianza virtuosa que fue posible porque se prohibió la radicación de nuevos habitantes; en esa comunidad idealizada, la Municipalidad sería la encargada de definir cuándo se puede “ampliar la cantidad de población estable limitada por lo establecido en el Plan de Ordenamiento Urbano”.
Obviamente, no es muy cristiano que digamos pretender el cierre del paraíso porque uno ya llegó y no quiere que llegue nadie más.

Los textos
La investigación de Luciana Trimano, “De la ciudad al campo. Tensiones entre culturas emergentes y preexistentes. El caso de Las Calles, Traslasierra, Córdoba”, se puede consultar en el Repositorio Digital de la Universidad Nacional de Córdoba.
El artículo de Adrián Koberwein, “Temporalidades e incertidumbre en el contexto de una crisis hídrica en la Provincia de Córdoba, Argentina”, integra el nuevo número de la revista Astrolabio – Nueva Época.

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