10 ago 2009

Glifosato: Una lluvia tóxica cae sobre el aula

Día a Día (10/08/2009)
Una lluvia tóxica cae sobre el aula

Crecen las denuncias de fumigaciones agrícolas sobre colegios rurales, incluso en horas de clase y con los chicos adentro.
“Pasa la avioneta y con los chicos quedamos envueltos en una nube”
Están solos, perdidos campo adentro. Solos con sus alumnos. Preocupados y llenos de miedo. Temiendo por su salud y la de los chicos. Sintiendo que nadie los ampara contra la lluvia de veneno que cae desde el cielo. Son los maestros rurales cordobeses, “privilegiados” testigos del boom sojero de los últimos años, y una de las poblaciones más afectadas por los “efectos colaterales” de las fumigaciones con agroquímicos que no reparan en nada con tal de proteger al “poroto de oro”. Ni siquiera en las escuelas, con sus profesores y estudiantes encerrados en las aulas.
Se estima que hay al menos 400 colegios rurales apostados en el corredor sojero que atraviesa toda la provincia siguiendo la traza de la ruta 9, tanto hacia el norte como hacia el sudeste de la capital cordobesa. En ellos, más de un millar de docentes y unos 10 mil alumnos no sólo pelean contra las dificultades de enseñar y aprender lejos de las comodidades de los centros urbanos, sino también contra la desaprensión de muchos productores agrícolas que fumigan sus campos con herbicidas e insecticidas de alta toxicidad.
“Cada vez son más los maestros rurales que manifiestan problemas de salud derivados de la exposición a los herbicidas. Tenemos muchos casos de cáncer y maestros con agrotóxicos en sangre. Las escuelas están cercadas por campos de soja y las fumigaciones se realizan directamente sobre los edificios”, denunció en diálogo con Día a Día Gerardo Mesquida, integrante del grupo Docentes Rurales Fumigados, organismo que forma parte del colectivo “Paren de Fumigar”.
Según el docente, las fumigaciones se aplican aún con chicos y profesores adentro de las escuelas, esparciendo los químicos incluso al interior de las aulas. “Después de cada paso de las avionetas, muchos chicos aparecen con sus rostros hinchados y sarpullidos en la piel. Cada vez usan productos más tóxicos, como el endosulfán, o el glifosato en concentraciones terriblemente elevadas”, aseguró Mesquida.
“La legislación vigente sólo prohíbe el uso de agroquímicos de alta toxicidad, pero la exposición prolongada a productos de baja toxicidad tiene un impacto crónico, a largo plazo, que puede traer serios problemas a los docentes y alumnos, e incluso a su descendencia,” agregó Luis Pereyra, docente de Marcos Juárez e integrante del Centro de Atención Primaria Ambiental (Cepa) de esa localidad.
Desprotegidos. Debido a la infinidad de denuncias que ya tienen desde colegios de casi toda la provincia, Docentes Rurales Fumigados le solicitó a la Unión de Educadores de la Provincia (UEPC) que tome cartas en el asunto, y le exija al Gobierno que intensifique los controles sobre las fumigaciones.
“Estamos desprotegidos y alguien tiene que hacer algo. El Ministerio de Agricultura protege a los dueños de los campos y mira para otro lado”, afirmó Mesquida. “Por eso –explicó–, queremos que la UEPC no sólo pelee por nuestro salario, sino también por este atentado contra nuestra vida”.
Desde el gremio docente, su secretaria general, Carmen Nebreda, reconoció la preocupación creciente sobre el tema. “La primera denuncia de fumigaciones sobre escuelas data de 1995. Desde entonces, la situación no ha parado de empeorar. Vamos a exigir que la Provincia se ponga firme, y que paren las fumigaciones”, le dijo a Día a Día.
Magdalena Limia, delegada del sindicato docente en Villa del Totoral, aseguró que pelear contra las fumigaciones implica asumir “fuertes presiones”, no sólo de los productores rurales, sino también de los intendentes locales que –en algunos casos– “también son sojeros”. “Muchas veces, los maestros no dicen nada porque se cansan de que nadie los escuche”, lamenta.
Los docentes reclaman que se intensifiquen los controles, con inspectores a tiempo completo, y que se dicte una ley que prohíba la aplicación de toda clase de insecticidas y herbicidas en un perímetro de, al menos, 2.500 metros alrededor de las escuelas. También piden que se impida el almacenaje de agrotóxicos en cercanías a los colegios.
El planteo no suena exagerado. Está en juego la salud de niños y maestros. Nada más, y nada menos.

Escuelas tóxicas
Rurales. Según datos del Ministerio de Educación, en la provincia hay 1.392 escuelas rurales. Un tercio de ellas está próxima a campos de soja y expuesta a fumigaciones con agroquímicos.
Tóxicos. Los docentes vienen denunciando la aplicación en inmediaciones de los edificios escolares de insecticidas fuertemente tóxicos (como el endosulfán) o de glifosato en altas concentraciones.
Consecuencias. Luego de las fumigaciones, los docentes refieren sarpullidos en la piel, hinchazón de rostro y gusto ácido en garganta. Hay casos de maestros con cáncer asociado a estas aplicaciones y diagnósticos de agrotóxicos en sangre.

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La ley permite tirar glisofato al lado de los colegios

La ley 9.164 es la que regula en nuestra provincia la aplicación de agroquímicos en los campos y, aunque parezca mentira, dicha norma permite la fumigación con glifosato (cuya marca comercial más conocida es el Roundup) exactamente al lado de cualquier inmueble rural, incluyendo colegios y escuelas con personas en su interior.
“La ley impide aplicar productos de las clases toxicológicas 1A y 2 a menos de 500 metros de centros urbanos. Pero sí autoriza la aplicación de productos de clase 3 y 4 (el glifosato es de clase 4) respetando ciertos requisitos”, le reconoció a Día a Día Samantha David, directora de Fiscalización del Ministerio de Agricultura de la Provincia.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha clasificado a los herbicidas con glifosato como “levemente tóxicos” para exposiciones orales e inhalaciones. Sin embargo, lo mantiene como tóxico de clase 1 para la exposición ocular. Pero, estudios recientes como el del investigador argentino Andrés Carrasco, indican que el glifosato aun en bajas concentraciones puede producir malformaciones neuronales, intestinales y cardíacas en embriones humanos.
David reconoció la existencia de denuncias presentadas por docentes rurales, pero entendió que las intoxicaciones son resultado del mal uso de los productos o de los modos de aplicación. “Cuando hay viento, hay que detener la fumigación”, dijo, al tiempo que sugirió que no se apliquen los agroquímicos en horarios de clase. “La generalidad de los productores toma al tema de forma liviana, no responsable. Pero con las sanciones que venimos aplicando, están tomando más conciencia”, afirmó y aseguró que en lo que va de 2009 la dependencia a su cargo ya aplicó más de 400 actas de infracción.

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“Pasa la avioneta y con los chicos quedamos envueltos en una nube”

El que habla es Sergio Santacruz, director y docente de la escuelita “José Ingenieros”, en el kilómetro 364 del departamento Totoral, al norte de la provincia de Córdoba, colegio rural franqueado por vastos campos de soja y maíz que son fumigados periódicamente con agroquímicos de distinto poder tóxico.
“Cuando sentimos el ruido del motor de la avioneta de fumigación, no me queda otra que cerrar todas las ventanas y quedar atrapado con los chicos adentro. Toda la escuela queda envuelta en la nube tóxica de la fumigación”. El que habla es Sergio Santacruz, director y docente de la escuelita “José Ingenieros”, en el kilómetro 364 del departamento Totoral, al norte de la provincia de Córdoba, colegio rural franqueado por vastos campos de soja y maíz que son fumigados periódicamente con agroquímicos de distinto poder tóxico.
“El patio de la escuela está a sólo seis metros de alambre del campo de soja, y cuando fumigan con la avioneta el viento trae hasta dentro de las aulas las partículas de agrotóxicos. El olor a veneno es insoportable. No les importa nada: tiran lo que sea con los chicos adentro”, dice el maestro. Sergio tiene diagnóstico de cáncer linfático que asocia directamente a sus muchos años de exposición como docente rural a las fumigaciones en los campos cercanos. “Ahora estoy mejor. Pero me preocupa mucho que los chicos y yo tengamos trazas de agroquímicos en la sangre”, piensa y la amargura le inunda el rostro.
El maestro se ha cansado de hacer denuncias ante la Agencia Córdoba Ambiente, sin ningún resultado. “He llamado cientos de veces, y me pasan de una oficina a otra, sin que nadie se haga cargo. Mientras tanto, las avionetas pasan y tiran, y nadie las controla”, denuncia.
Hasta los hermosos pinos y cipreses del patio de la escuelita del kilómetro 364 se han secado como consecuencia de la aplicación de los productos químicos en el campo de al lado. “Incluso –asegura Sergio–, después de cada fumigada se ven pajaritos muertos en el patio del colegio”.
El docente también asegura que el avance de la frontera sojera está dejando si gente a toda la zona. De hecho, su escuela tiene capacidad para 40 ó 50 alumnos, y este año apenas asisten dos chicos. “Las pequeñas chacritas que había antes se vendieron a grandes estancias, y la gente se fue a los pueblos porque ya no tenía dónde vivir ni trabajar. Hoy sólo quedan taperas, y enormes campos de soja”, asegura y dice que en todas las escuelas del norte provincial la situación es exactamente la misma.
A sus 39 años, Sergio Santacruz siente que la noble profesión que abrazó hace más de 15 años hoy lo obliga a convivir con el miedo: “La verdad, vivo con temor. Respirar ese aire seguro que me está matando poco a poco. A mí y a mis chicos. Al final, este lugar terminará siendo un gran desierto”.

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