1 nov 2009

Potomaníacos y lujoréxicos

La Voz del Interior (01/11/2009)
Potomaníacos y lujoréxicos

¿Por qué tenemos conductas tan contradictorias con el agua?Ensuciamos la ciudad con desparpajo, pero estamos horas bajo la ducha.
Idea para un cuento: ante la falta de control de los inspectores municipales, un vecino justiciero recorre los barrios con su aerosol para escribir “¡Basta de baldear!” en las veredas recién limpias a baldazos. Su objetivo es que las dueñas de casa sufran el escarnio social por derrochonas. Pero a la sociedad no le importa demasiado. Tampoco a ellas, que sólo reaccionan tratando de baldear la vereda para sacar la pintura.
Idea para un cuento II: el justiciero orina en las veredas baldeadas. Es más barato y repulsivo. Pero lo ve un inspector y lo multa por arrojar líquidos.
Idea para un cuento III: el justiciero se da por vencido. Paga el aporte voluntario mínimo a Greenpeace y sigue durmiendo sin cargo de conciencia.
Bebedores. La potomanía es un trastorno que deriva en el consumo excesivo de agua. La definición médica es “polidipsia psicogénica”. O sea, el deseo de beber grandes cantidades de líquido. Es un conflicto de origen psiquiátrico, que puede ser mortal si se ingiere más de lo que los riñones pueden procesar.
La lujorexia, por otra parte, es la llamada “enfermedad de los ricos”, con la que se suele asociar a los adictos a las compras compulsivas de artículos caros, que no siempre se necesitan.
Ambos son desórdenes individuales, pero con fácil analogía para el cuerpo social: usamos más agua de la que necesitamos (potomaníacos), para cosas que no necesitamos (lujoréxicos); estamos provocando un peligro por ese consumo excesivo (potomaníacos) y nos apropiamos de este recurso invalorable para luego dejarlo correr por la calle (lujoréxicos).
Huella hídrica. No hay muchos secretos: un litro de agua mineral es más caro que la misma cantidad de gasoil.
Hace años que se sabe lo difícil que será conseguir este recurso vital.
Para encarar mejor este problema, la Unesco introdujo en 2002 el concepto de “huella hídrica”, que mide la cantidad de agua necesaria (“agua virtual”) para elaborar los distintos productos y servicios en un país.
También se puede calcular sobre una empresa o un individuo (en www.waterfootprint.org , cualquiera puede conocer su huella hídrica, tras contestar preguntas sobre hábitos alimentarios, peso, talla o costumbres de consumo e higiene).
Para fabricar una remera de algodón, por ejemplo, se necesitan 4.100 litros de agua. Para un vaso de leche, 200 litros. Para una naranja, 50. Y 10 litros para una hoja de papel.
Y algo que tiene que ver con nuestro país, y nuestra provincia: se requieren 2.300 litros de agua para cosechar un kilo de soja (el doble de lo que absorbe el trigo, y casi cuatro veces más que el maíz), según el Informe de Naciones Unidas sobre los recursos hídricos en el mundo (2006). Para un kilo de carne, son necesarios 16 mil litros de agua.
Estas cifras deberían ser útiles para estudiar qué conviene producir en cada país: si la huella hídrica de obtener un kilo de café es más grande que la de importarlo, se podría ocupar el agua en algo más rentable.
Yo no fui. Es curioso cómo, con el tema del agua, aflora la irrefrenable pasión por echarles la culpa a otros de todo lo que no sabemos hacer nosotros. Es más fácil arengar sobre la impericia de las autoridades para construir nuevos diques que aceptar la contradicción que nos lleva a inundar la ciudad de basura mientras consumimos el doble de agua que en otros países.
Si la cuidáramos un poco, no harían falta nuevos diques, al menos no con la urgencia que ahora se pregona.
Es cierto que la colocación de medidores en los domicilios depende de una decisión política inexplicablemente demorada y que las campañas o los planes educativos no alcanzan.
Pero la forma más eficiente de matar al planeta casi siempre empieza por casa.

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