15 feb 2019

Cuatro años del fatìdico 15-F para las Sierras Chicas




La Voz del Interior (15/02/2019)
A 4 años del 15-F, las aguas siguen divididas entre obras y quejas

El 15 de febrero de 2015, una tormenta de lluvia que parecía no acabar nunca hizo crecer todos los ríos y arroyos de Sierras Chicas llevándose ocho vidas, más de 200 casas y 10 puentes durante la inundación más grande que vivió esa zona en toda su historia, superada en la provincia sólo por la de San Carlos Minas, en 1992. Tras la tragedia, un serie de actos de solidaridad por parte de vecinos y varios anuncios seguidos de acciones gubernamentales llevaron apenas un suspiro de alivio a los miles de afectados.
Habitantes de estos caminos que serpentean los arroyos serranos señalan que, cuatro años más tarde, la situación sigue casi igual. Aseguran que la ayuda estatal llegó a medias –o que nunca apareció– y que proyectos urbanísticos amenazan el monte nativo y ponen a la zona nuevamente en riesgo ante una eventual tormenta como la de aquella fatídica noche de febrero de 2015.
El reclamo de los vecinos de Sierras Chicas llama la atención porque desde el Gobierno de la Provincia aseguran todo lo contrario. Que cumplieron con las obligaciones firmadas y que se realizaron todas las obras prometidas, en conjunto con los municipios.
“Los cambios fundamentales que dejó este evento se dieron en el plano hídrico: modificamos desagües, se recalculó toda la obra de Circunvalación, y todos los proyectos que desde entonces se diseñaron tomaron en cuenta los volúmenes de esa crecida”, destacó Ricardo Sosa, ministro de Obras Públicas de la Provincia.
El funcionario infirió que las consecuencias tuvieron relación con la falta de planificación urbanística en la zona. “En algunas zonas se construyó en forma anárquica y muchas casas sufrieron más porque estaban sobre el curso de las aguas. La gente no toma en cuenta que los ríos tienen memoria, y si pasó el agua por ahí, va a volver a pasar”, dijo.
Omar Albanese, intendente de Río Ceballos, hizo un balance positivo de lo hecho hasta el presente. “Las obras están terminadas en su mayoría. Faltan pasarelas sobre el río en algunos sectores y la pavimentación de 800 metros de una avenida. Se hizo la limpieza y profundización del cauce”, informó.
Alejandra Henot, vecina de la localidad, tiene una mirada distinta de la del intendente. “Vení, mirá. Arriba del techo tengo una garrafa y algunos alimentos no perecederos. No sé cuándo voy a bajar si el río vuelve a inundar mi casa. Acá estamos peor que antes, porque nunca recibí ayuda más que de los vecinos de la zona, y las obras de ensanchamiento del río aumentaron el peligro. Ahora el agua baja con más furia”, planteó la vecina.
Jorge Fabrissin, intendente de Unquillo, evaluó, en diálogo con La Voz, que se avanzó en varios aspectos, aunque reconoció una deuda estructural. “Lo que hay que hacer es elevar puentes y crear una laguna de retención en el tramo del arroyo Cabana, además de bajar el río. Es una obra que está en gestión y la Provincia prometió la inversión, enmarcada en el plan integral”, afirmó.
Más allá de este señalamiento, Fabrissin considera que la situación está controlada. “Cuando ocurre un hecho grave estamos preparados. Hay un protocolo de aviso en casos de tormentas graves. El dique siempre está a la altura suficiente para cuando llegue una cantidad desmesurada de agua”, planteó Fabrissin.
Pero en el parque Integrador, a la entrada de la localidad, hay un grupo de vecinos que opina diferente. Se organizan cada año para recordar lo que ocurrió el 15-F y exigir que se avance en la ayuda y en las obras. “En Unquillo somos pobres y, a pesar de nuestra condición, nunca nos brindaron ayuda”, dice Carina. “Hay un nuevo proyecto urbanístico que pretende arrasar con una zona amplia de bosque nativo. El río crece cuando el monte desaparece. Por eso este festival tiene sentido, cuando los intendentes y las autoridades se desentienden de sus responsabilidades y habilitan la deforestación que acarrea inundaciones y tragedias ambientales”, agrega Cecilia Michelazzo, vecina de la localidad.
Rosa Cativa es vecina de Mendiolaza y fue una de las personas que, a cuatro meses de la inundación, recurrió a la Justicia para pedir soluciones. “Los ciudadanos y vecinos de Sierras Chicas deben saber que el recurso de amparo que firmé en 2015 tuvo un fallo favorable y a cuatro años de la tragedia aún continúan los reclamos”, dice.
La Cámara en lo Contencioso Administrativo de 2ª Nominación ordenó registrar como “proceso colectivo” una acción de amparo ambiental iniciada por vecinos de Sierras Chicas en la que solicitaron la implementación de un sistema de alertas tempranas que permitan detectar, evaluar, informar y prevenir todo fenómeno meteorológico serio en la provincia.
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En la causa, también se pidió la implementación de un protocolo de coordinación de las distintas áreas de la administración pública encargadas de la seguridad, tanto provinciales como municipales, entre otros planteos.

Los vecinos piden bajar la cota de La Quebrada
Dicen que ello podría evitar un nuevo #15F.
- 1,5 metros. El miércoles pasado, el nivel del dique La Quebrada estaba casi a 1,5 metros del vertedero. Si bien puede ser un alivio por la crisis hídrica, para un grupo de vecinos significa riesgo de inundación.
- 4,5 metros. Un grupo de vecinos autoconvocados de Sierras Chicas reclama que la Provincia mantenga el nivel a 4,5 metros por debajo del vertedero. “El dique es el único embalse de retención de la cuenca”, argumentan. El 15 de febrero de 2015, el dique estaba lleno. La lluvia extraordinaria que cayó ese día lo hizo rebasar.
- Bosques. “Los microembalses de retención, la cota del dique y la salud del bosque serrano son imprescindibles para retardar las corrientes y para que las aguas no lleguen todas al mismo tiempo al curso principal del río”, agregan.

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Una catástrofe que cambió la forma de hacer obra pública

El nuevo puente de Unquillo es siete veces más grande y soportaría un caudal de hasta 200 metros cúbicos por segundo.
El 15 de febrero de 2015 marcó un antes y un después en cómo se diseñan las obras públicas en Córdoba. “Antes, las obras de desagüe se calculaban con recurrencias de 25 a 100 años. Ahora tienen una recurrencia de 500 años. Esto significa que podrían soportar una lluvia de tal magnitud que todavía no sucedió”, dice Jorge Alves, presidente de Caminos de las Sierras.
Es el caso de las obras que se están haciendo en la avenida de Circunvalación. Un ejemplo es lo ocurrió con el túnel que se dejó durante la gestión de Rubén Martí debajo de la Mujer Urbana. “Tenía una fundación y pilotes para una obra de desagüe mucho más chica que lo que se hizo ahora. Por eso se demoró más en los trabajos”, indica el funcionario.
Por su parte, Osvaldo Vottero, director de Vialidad Provincial, también asegura que se cambiaron los diseños de los puentes que se construyeron en Sierras Chicas. “Triplican a los existentes por su capacidad de paso agua. Esto implica hacerlos más anchos y más altos”, explica el funcionario.
Y ejemplifica con el puente que se construyó en Unquillo que es siete veces más grande. “La mayoría de las obras existentes fueron construidas por los municipios y estuvieron pensadas para que pasara un máximo de 50 metros cúbicos por segundo. Ahora soportarían hasta 200 metros cúbicos por segundo”, detalla.
Carlos Gentile, secretario de Cambio Climático de la Secretaría de Ambiente de la Nación, asegura que las obras de infraestructura que financia la Nación ya se planifican considerando los modelos de cambio climático, además de las series históricas de precipitaciones que se usaban anteriormente.
“En el futuro, la ocurrencia de lluvias y sequías no será la misma que en el siglo previo. No basta con mirar atrás”, dice.
En tanto, Carlos Catalini, ingeniero especialista en Hidrología del Centro de la Región Semiárida del Instituto Nacional de Agua (Cirsa-INA), advierte: “El cambio climático no es el único culpable. Hay que mejorar la planificación territorial. Es un problema más complejo que no se soluciona sólo con cambiar la forma en que se diseñan las obras”.
Y agrega: “Con una obra no se pueden modificar las condiciones naturales. Hay que atacar el problema en forma integral”.
Para el experto, los efectos del cambio climático son muy difíciles de estimar en un sitio puntual. “Lo que hay que hacer es analizar horizontes posibles a escala regional y pensar la obra de forma integral e interdisciplinaria”, dice

"Pasaron cuatro años y sólo me ofrecen migajas"
“Volver a este lugar me causa gastritis y estrés”. Eso es lo primero que dice María Eugenia Frávega cuando pisa los escombros de lo que alguna vez fue su vivienda en Villa Allende.
“El 15 de febrero estaba con mi marido de vacaciones y dejamos el auto, que ya teníamos prácticamente vendido, en la casa. El dinero de esa venta iba directo a agrandar la vivienda, para recibir a las gemelas que venían en camino”, cuenta con angustia.
En la actualidad vive separada y cree que, en parte, la crecida se llevó algo más que su casa.
“Nos avisaron que el agua había tapado todo y vinimos a ver. Con el tiempo me doy cuenta de que ese trauma que vivimos se llevó muchas relaciones, como me pasó a mí con el matrimonio”, dice.
Por aquel entonces comenzó una peregrinación por oficinas estatales que hasta el día de hoy la continúa desvelando.
“Siempre nos dijeron que iban a hacer algo. Hoy todo sigue igual. Me dieron un terreno muy bueno, pero no me quieren dar el dinero que me corresponde para construir una casa y no tengo los medios para afrontar ese gasto”, se queja María Eugenia.
Según sus dichos, el último ofrecimiento que recibió fue de cuatro mil pesos para comenzar la construcción de su vivienda.
“Yo firmé un acuerdo con la gestión anterior, pero el intendente actual desconoció la obligación del municipio. Hoy me ofrecen migajas y ya pasaron cuatro años. Tuve que alquilar una vivienda y, a la vez, pelear por una solución que no llega”, asegura.
En la actualidad está desocupada y piensa emprender un negocio gastronómico con un amigo.

"Vivo con el temor de que un día el río vuelva a crecer y de que esta vez la suerte no me acompañe"
Alejandra Henot es nacida y criada en Río Ceballos. Vive en la casa que fue de sus padres, donde la calle Siviardo Loza se junta con el arroyo, en esa localidad de Sierras Chicas.
El 25 de febrero, su marido estaba preparando un asado cuando vio los troncos que traía el río y asumió que algo raro pasaba. “Pudimos subir por la escalera, pero, como nuestra vivienda queda tan próxima al cauce, los residuos quedaron agolpados en la puerta una vez que bajó el agua”, relata a La Voz.
Perdió todo. Durante un largo tiempo durmió sobre cartones y asegura que nunca recibió ayuda. “El Gobierno nunca nos dio nada. Los pibes más bravos fueron los que más nos ayudaron, esos que antes nos daban miedo. Y después sobrevivimos gracias a la dádiva de la gente”, manifiesta.
La vecina evalúa que, ante una nueva inclemencia de igual magnitud, las consecuencias pueden ser más graves que en 2015.
“Dicen que fueron una ayuda la limpieza y el ensanchamiento del río, pero todo demuestra que empeoraron las cosas. Cuando llueve hay crecidas más agresivas que antes. Hace unos días la corriente arrastró una pasarela acá a tres cuadras y hoy la gente se ve obligada a cruzar por el agua porque se quedó sin ese paso”, señala. Durante el recorrido por el río se pueden observar troncos, escombros y residuos.
“Vivo con el temor de que un día el río vuelva a crecer y de que esta vez la suerte no me acompañe. Todos estos pedazos de árboles caídos suelen apoltronarse en el vado que construyeron. Ya pedimos que lo sacaran e hicieran uno curvo, porque al juntarse tanto residuo el nivel crece y llega a las márgenes”, plantea.
Lo que más añora Alejandra es una vida tranquila y aquellos objetos que no podrá recuperar. “Dormimos durante muchos días, y también meses, sobre cartones. No sabíamos lo que iba a pasar el día de mañana. Todavía estamos en obra, porque nos cuesta mucho reconstruir la casa. De todas formas, lo que más extraño son las fotos de mis hijos, de mis padres, los objetos que se llevó el río y con los que tenía un especial apego sentimental”, dice Henot, mientras no puede contener el llanto.
El ruido del río que marcha sereno se escucha desde su terraza, que es el sitio que la salvó de la crecida.
“Este es el lugar en el que sobreviví. Tengo previsto que cumpla la misma función si vuelve a pasar algo parecido. Me preocupa no poder levantar mi casa, vivir en este desorden y ver cómo sigue el desmonte en la zona alta”.
Sin bajar del techo, se despide.

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