7 sept 2008

Crónica de un ataque directo al fuego

La Voz del Interior (07/09/2008)
Crónica de un ataque directo al fuego



Durante los incendios, un periodista y un fotógrafo de este diario se internaron en la montaña con un grupo de bomberos.
Son las 12.20 del jueves 4 de setiembre. El frío, el poco viento y las nubes hacen sonreír un poco a los 17 bomberos de la Policía de Córdoba que se preparan para ir a buscar uno de los tantos focos de incendio que azotan a las sierras de Capilla de Monte. A diferencias de lo ocurrido durante toda la semana, hoy el tiempo es un aliado para el combate.
Los uniformados están al pie del cerro La Tramontana, en una quinta donde se crían truchas. Un baqueano le explica al jefe del grupo, el subcomisario Jesús Almada, que para acceder al fuego deberán caminar unos 20 ó 30 minutos siguiendo primero el cauce de un arroyo seco. “Después verán cómo hacen para subir la montaña”, es la última indicación.
Ese “después” será una experiencia inimaginable para el periodista y el fotógrafo de este diario que se acoplaron al grupo y se internaron en la montaña durante casi siete horas.
Luego de llenar con agua las mochilas provistas por el Plan Provincial de Manejo del Fuego (cada uno llevaba 20 litros sobre sus espaldas, alrededor de 25 kilos), y munirse con palmetas (fustas) y escariadores (tipo rastrillos), 13 de los bomberos emprenden la búsqueda de las llamas, fuente de la densa humareda que se desata unos 500 metros hacia arriba, en línea recta, sobre la cima de un cerro.
El objetivo: encontrar y extinguir el fuego antes de que se expanda. El subcomisario Almada aclara que existen dos modalidades de acción: el ataque directo al fuego (elegido en esta ocasión) y el combate indirecto.
El primero consiste en ir a buscar el foco y extinguirlo cuanto antes, para evitar que se propague y continúe devorando la montaña. Este método implica riesgos mucho mayores para los bomberos, como veremos más adelante.
La segunda opción, en cambio, es esperar que el fuego avance hasta que llegue a un camino de tierra o un cauce de agua, donde será más fácil acceder para combatirlo.
“Hemos decidido no esperarlo (al fuego) sino ir a buscarlo para intentar que esta belleza natural no se queme del todo”, cuenta Almada, que pertenece al Grupo Especial de Salvamento (GES). El hombre sabe que el tiempo apremia, porque en la zona abundan especies vegetales tales como quebracho y algarrobo, que operan como combustibles. El crujido que se escucha a cada paso, además, da la pauta de lo seco que está todo.

El ascenso
En fila, los bomberos avanzan. El subcomisario, al frente, va abriendo paso con un machete. Marchan casi en silencio, conocedores de que deberán guardar fuerza y aliento porque tienen por delante un terreno escarpado muy difícil de trepar.
Al cabo de 25 minutos, la tropa llega al fin del camino indicado. La pequeña huella ya no existe y, a partir de ahora, no queda otra que improvisar, con instinto y precaución, sobre terreno virgen.
Al pie de una vertiente de aguas cristalinas (“qué lástima que se va a contaminar con las cenizas”, rezonga uno de los bomberos), el jefe del grupo analiza la situación y decide que, uno a uno, los bomberos deberán escalar por una ladera que, vista desde allí, parece no tener fin. A ojo, los uniformados calculan que la pendiente tiene unos 50 grados. Y suben.
“¡Cuidado, piedra!”, se escucha desde arriba y el resto se detiene. A pocos centímetros de ellos, varias rocas caen una tras otra. El suelo no está firme y los riesgos de derrumbes y deslices son grandes.

Extenuación
A medida que avanzan, los rostros de los bomberos truecan a una sola mueca de extenuación. No obstante, uno de ellos cuenta que para ellos, que se desempeñan todo el año en la ciudad de Córdoba combatiendo siniestros urbanos, ir a las sierras significa una suerte de “recreo”. “Es otro tipo de desafío –explica–, te despejás un poco, pero también es cierto que te cansás bastante más”.
A esa altura de la búsqueda del foco ígneo, las mochilas parecen pesar el doble. Las espaldas se doblan y los bomberos detienen la marcha cada vez más seguido. “Estas mochilas son un poco mejores que las que nos dieron el año pasado, que pesaban una barbaridad”, compara uno.
A pesar de los guantes, cada tanto se escuchan expresiones de dolor, cuando alguno sin darse cuenta se sostiene de una planta con espinas.

Caminar, parar y volver a escalar
Ya han pasado dos horas, pero del fuego casi no hay noticias, sólo se ve humo y se huele a quemado. “Estamos más lejos que la mierda”, reniega un bombero. Aclara que muchas veces, estas caminatas son infructuosas, ya que hay ocasiones en las que es imposible acceder a los focos, porque las condiciones del terreno se convierten en barreras infranqueables.
En otros casos, sigue contando, cuando los bomberos logran llegar al inicio del fuego, ya es tarde: sólo encuentran lo que el incendio dejó. “El fuego es más rápido que el hombre”, reflexiona a modo de explicación.
Pese al cansancio, nadie se amilana, y la primera parte del grupo –unos cinco uniformados– por fin consigue alcanzar el incendio. Son las 15.30. Sin tiempo para sobreponerse al esfuerzo de la escalada, rápido sacan las palmetas y empiezan a batallar, mientras riegan la zona con el agua de las mochilas. El alivio es doble: descargan el peso que cargan sobre sus espaldas y la emprenden contra las llamas, el objetivo de todo bombero.
Poco más de media hora después, sólo quedan las cenizas humeantes. Misión cumplida. Pero no hay alegría. Desde la cima del cerro, se observan densas columnas de humo por todos lados. A esa hora, pese a la multitud de bomberos que batallan, los incendios hacen estragos en Capilla del Monte y alrededores.
Extinguido ese fuego, llega un breve reposo. De una bolsa, uno de los bomberos reparte naranjas al resto, que come en silencio, acompañando la fruta con agua mineral que beben de botellitas de medio litro.
“Hay que bajar”, ordena Almada y la quietud se transforma en acción. Los uniformados abandonan las rocas en las que descansaban y se preparan para el descenso mientras el jefe del grupo estudia qué rumbo tomar. Opta por bajar por el sector opuesto al utilizado para escalar, (es decir, “la parte de atrás” del cerro), ante la sospecha de que hay otro foco en las inmediaciones.
El que no opina igual es Darío, fotógrafo de este diario, que decide retornar por el mismo camino que lo llevó hasta ahí. En medio de la bajada, la tierra suelta y las cenizas transforman el suelo en una especie de tobogán por el que Darío se desliza varios metros hasta que alcanza a manotear una planta salvadora... lástima que se trata de un Aloe vera.
Con la mano llena de espinas y luego de descansar a un costado de la vertiente de aguas cristalinas, el fotógrafo llega a la quinta donde se crían truchas, donde otros bomberos ya están preparando un asado (con las precauciones del caso).

El descenso
El resto que sigue en la montaña encuentra, para descender, una huella mucho más accesible que el camino de ascenso. Todos suspiran contentos y bajan a buen paso. Se calcula que en una hora, a lo sumo, llegarán a la estancia.
En la bajada, varias lenguas de fuego sorprenden al grupo. A pesar de que el incendio se desencadena a escasos metros de la huella por la que van, los bomberos no pueden combatirlo, porque es imposible acercarse a las llamas, dado lo escarpado del terreno. De todos modos, algunos igual lo intentan, pero al rato regresan impotentes.
La marcha se reanuda, mientras el olor a quemado inunda el ambiente, acompañado de un crujir que parece no tener fin.

Barranca vertical
De pronto, Almada se detiene y analiza: “Esta huella nos lleva a cualquier parte, debemos tomar un atajo y encontrar el cauce del arroyo seco, para guiarnos cómo volver”. Entonces, bomberos y piedras se deslizan por una barranca casi vertical.
Llegan a un conjunto de piedras, que conforman una especie de precipicio desde el que se observa, unos seis metros más abajo, el cauce seco. No es posible seguir bajando, por lo que los bomberos se abren paso a la fuerza por un tupido monte y “como cabras”, según compara uno de ellos, descienden con extrema precaución por una colina.
A pesar de los recaudos, dos uniformados casi se caen vaya a saber quién saba adónde si no fuese por una mano oportuna que justo alcanzó a sostenerlos cuando luego de resbalar no hacían pie firme en ninguna parte.
El regreso se hace mucho más largo de lo previsto y algunos creen que están perdidos. “¿Dónde estamos? Hay que apurarse porque se está haciendo de noche”, se preocupan.
A lo largo de la caminata, no faltan caídas, resbalones, tropiezos y picaduras. Muy cansados, ya nadie emite comentarios. Sólo hay algunas risas cuando uno de ellos acota un chiste sobre los mocasines del periodista, a esa altura reducidos a barro y cenizas y con la suelas chamuscadas.

Avalancha sobre la parrilla
Minutos después de las 18, el primer grupo liderado por Almada ingresa en el improvisado campamento montado en la quinta de truchas. A las 18.50 aparecen los bomberos que faltan. Sanos y salvos, todos se abalanzan sobre la parrilla, que queda vacía en segundos.
Al alzar la vista, el fuego ilumina la noche, en el techo de La Tramontana. Los bomberos, que se desploman en todas partes, saben que no tienen mucho tiempo para relajarse y que en cualquier momento pueden volver a llamarlos. Para ellos, la guardia recién finaliza a las 8 del viernes... siempre y cuando no surja una nueva batalla imprevista.

Ver Noticia On Line

0 comentarios:

Buscar este blog

Blog Archive

Temas

Archivo de Blogs