27 may 2012

Córdoba sigue perdiendo bosques nativos

La Voz del Interior (27/05/2012)
Córdoba sigue perdiendo bosques nativos

 
La tasa de deforestación en Córdoba es una de las más altas del mundo. En 2010 quedaba apenas un 20 por ciento del monte cerrado que había 10 años antes.
Los cordobeses hemos cambiado el mapa de Córdoba. Al menos, tiene un color diferente del que mostraba hace un siglo. Por cierto, hoy es mucho menos verde. Y donde aún se ve verde, en su mayor parte lo es con una tonalidad y por un motivo diferentes de los de una centuria atrás.
De los 16 millones de hectáreas que ocupa Córdoba, alguna vez 12 millones estuvieron cubiertas de bosque autóctono. Hoy no quedan más de 530 mil hectáreas (menos del cinco por ciento) con montes cerrados parecidos a aquellos originales. Y hay que esforzarse para medir la superficie con bosques abiertos ya degradados (1.200.000 hectáreas) para llegar al 14 por ciento, según un relevamiento de la Secretaría de Ambiente de la Provincia del año 2008.
Hace ya años se prendieron luces de alarma por el impacto ambiental negativo que representaba semejante pérdida; sin embargo, ésta nunca se detuvo. El mapa de 2012 tendrá menos verde autóctono que aquel de 2008.
“Durante los últimos 100 años se ha perdido la mayor parte de la superficie que ocupaban los bosques y es alarmante la tasa de deforestación que ha registrado Córdoba en los últimos 15 años: es una de las más altas del mundo”, asegura Leonardo Galetto, doctor en Biología, investigador del Conicet y docente de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC).
Para muestra, un botón. En el norte y oeste cordobés, donde más bosque nativo subsiste, en 2010 quedaba apenas un 20 por ciento del monte cerrado que había 10 años antes (de 557 mil hectáreas en el año 1999 a sólo 113 mil en 2010).
Un reciente trabajo de los biólogos Marcelo Cabido y Laura Hoyos, investigadores del Instituto Multidisciplinario de Biología Vegetal (Imbiv) de la UNC, arroja una conclusión que impresiona: en sólo seis años – entre 2004 y 2010 – se redujo un 40 por ciento el bosque autóctono en todo el oeste y norte cordobés.
En esos seis años desaparecieron en esas regiones otras 269 mil hectáreas de montes cerrados (los que mantienen los tres estratos: árboles, arbustos y pastizales autóctonos con alta cobertura).
Importa darles dimensión a los números. En 2004, sobrevivía apenas el 10 por ciento de los bosques que había en 1900 en esas áreas. Ahora, sólo entre 2004 y 2010, se perdió el 40 por ciento de aquel ya muy escaso 10 por ciento remanente.
El último estudio de Cabido-Hoyos se realizó cotejando imágenes satelitales Landsat de 2004 y 2010 y se refiere sólo al norte (desde Jesús María hasta el límite con Santiago del Estero) y al noroeste cordobés. No involucra al centro y sur provincial, ni a las sierras.
El resto. Marcelo Cabido, profesor titular de la cátedra de Biogeografía en la UNC y también investigador principal del Conicet, considera que en la zona serrana la situación no es mejor. “Allí siguió reduciéndose en los últimos años el área con bosques, sobre todo por los incendios y, en algunas zonas bajas, por el crecimiento de las urbanizaciones”, señala.
En las sierras, la mayor tasa de deforestación se produjo en las décadas anteriores, por efecto de la tala para leña, el sobrepastoreo y el fuego, pero el proceso nunca se detuvo.
La zona serrana debería ser la más protegida porque es la naciente de casi todos los ríos que nutren de agua a Córdoba. Sin vegetación en los cerros, la cantidad y calidad del agua decrece. Pero ni siquiera en las áreas declaradas como reservas hídricas y naturales por la Provincia se ha logrado un control que evite seguir perdiendo suelos cubiertos. Mientras, en las amplísimas llanuras del centro y sur cordobés, el bosque es apenas un recuerdo en fotos en blanco y negro.
Según Cabido, hacia 1920 ya gran parte había sido deforestada por el avance de la agricultura. Se estima que hoy no quedan más de 10 mil hectáreas en total en muy pequeños reductos, sobre todo en el extremo sur.
¿No estaba prohibido? Es en el norte y oeste cordobés (las áreas menos desarrolladas) donde queda la reserva mayor de verde autóctono. Pero es allí también donde más se deforestó en los últimos años.
Cabido y Hoyos marcan, sobre la base de imágenes satelitales, que se ve menos bosque, pero además, donde lo hay, es más “manchado” que años atrás. “O sea que hubo mucho desmonte parcial”, apuntan.
En el norte, el avance de la agricultura (sobre todo de la soja) fue el motor que desplazó a los montes. En el oeste, impactaron más los incendios y la ganadería. “Hubo cambios en la tenencia de la tierra, de minifundios familiares basados en la cría de cabras dentro del monte se va pasando a latifundios con predominio de vacas, cada vez con más campo abierto”, apunta Cabido.
La paradoja es que Córdoba sancionó una ley en 2005 que prohibía todo desmonte que no fuera expresamente autorizado por la Provincia.
El relevamiento de la UNC muestra cómo desde entonces se siguió deforestando a una tasa muy alta.
La evidencia es que Ambiente de Córdoba detectó muchos menos desmontes ilegales que los que realmente se produjeron, y que las multas o sanciones no surtieron suficiente efecto.
“Se ve claramente que las leyes no se cumplen, o no se las hace cumplir”, razona Cabido.
La secuencia actualizada de relevamientos sobre el norte y oeste provincial muestran que en los últimos 30 años se duplicó la superficie de suelo destinada a uso cultural (agropecuario o urbano), que pasó del 26 al 49 por ciento del total. Mientras, el bosque cerrado, que representaba el 33 por ciento en 1979, ocupaba sólo el cinco por ciento en 2010. En ese lapso, las áreas de bosque abierto y matorrales no variaron demasiado (ver gráficos adjuntos).
Galetto, en tanto, enfatiza “la necesidad evidente de conservar todos los fragmentos de bosque que quedan”, pero remarca que ante tanto deterioro ya no alcanza con preservar. “Hace falta una iniciativa política para empezar ya a restaurar, a reforestar parte de la superficie boscosa original, en especial en las cabeceras de las cuencas acuíferas”.
Dilemas. Un dilema que enfrenta la protección de bosques es que, en su inmensa mayoría, ocupan campos privados. No es sencillo exigir a un propietario que lo preserve y condicionarlo a que no pueda realizar en su suelo las tareas productivas que se proponga.
Para eso, la nueva ley nacional de bosques nativos dispuso un sistema por el cual creó un fondo para compensar económicamente a los dueños de tierras que conserven monte autóctono, como pago por el servicio ambiental que prestan y por la restricción que aceptan sobre otras actividades. Esa ley aún es de relativa aplicación (ver La ley que es letra muerta ).
Para que el desmonte no siga ganando terreno, el rol del Estado aparece como central para regular y controlar. Hasta ahora, los números muestran que las regulaciones no alcanzan y los controles, mucho menos.
Si la extensión de la frontera agropecuaria, sobre todo por el avance de la muy rentable soja, es una de las causas principales de la deforestación, se evidencia un contrasentido: más allá de declamaciones y discursos, las políticas nacionales en la última década han favorecido el proceso de sojización en vez de limitarlo.
Galetto incluso intenta desarmar el argumento de que se trata de una dicotomía “agro versus ambiente”. “No es una cosa o la otra. Pensar en algo sustentable nos lleva a observar que, en nuestra pampa húmeda, los campos cultivados con áreas de pasturas nativas alrededor producen más, y que la fertilidad de sus suelos es mayor que en donde hacen un simple agregado de fertilizantes”, expone.
Nada romántico. No se trata aquí de rescatar una mirada romántica sobre el monte natural, sino de preguntarse si esta provincia está en condiciones de seguir perdiendo biodiversidad mientras aumenta su ritmo de desertificación. O de incrementar la erosión de sus suelos y con ello “los campos que vuelan” por tormentas de tierra. O de ignorar los riesgos de mayores inundaciones ante crecidas no contenidas por suelos erosionados.
También, si Córdoba está en condiciones de agravar las causas de sus ya recurrentes crisis hídricas o de no hacer su mínimo aporte, conservando los bosques, para la mitigación de los efectos del cambio climático.
O de no hacer nada ante una aún mayor concentración de la propiedad y uso de la tierra, con menos familias viviendo de actividades rurales. Por último ¿acaso esta provincia se pregunta cuál es el límite para no comprometer con un ambiente menos protegido hasta el futuro turístico de sus sierras?

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Menos vegetación serrana, menos agua en Córdoba

La relación entre agua y bosque es estrecha y se torna vital en una provincia como Córdoba, donde cada vez más habitantes saben de qué se trata cuando se habla de crisis hídrica.
La relación entre agua y bosque es estrecha y se torna vital en una provincia como Córdoba, donde cada vez más habitantes saben de qué se trata cuando se habla de crisis hídrica.
Las montañas prestan servicios relevantes a la humanidad. Uno de los más valiosos es la captación de agua de lluvias y neblinas, su almacenamiento y su posterior provisión a arroyos y ríos.
Ese aporte se percibe más en regiones como Córdoba, con una estación seca bien marcada. Aquí, de mayo a octubre, las precipitaciones bajan notablemente. En esa época, los ríos bajan su caudal y el agua que llevan es, sobre todo, la acumulada durante el verano en los suelos, que paulatinamente va surgiendo por las vertientes.
Cuando la cubierta vegetal serrana se pierde, gana la erosión. Sin verde, en vez de suelos hay piedras. Y sin suelos, ese tanque de agua empieza a funcionar mal.
Con vertientes secas, ya no hay aporte de agua en los meses de sequía. Además, por la erosión, las lluvias de verano son cada vez menos retenidas en las laderas de los cerros y bajan erosionando aún más los suelos, colmatando más los diques con sedimentos y generando crecidas de mayor riesgo.
Con menos vegetación en las sierras, se agudiza tanto la crisis hídrica que sufre Córdoba en los meses de sequía como el riesgo de las crecidas en la estación de lluvias.
Daniel Renison, biólogo e investigador del Conicet y la UNC, plantea que entre los factores que produjeron la mayor reducción del bosque nativo en las últimas décadas en las sierras cordobesas aparecen el sobrepastoreo (ganadería en modalidad y carga superior a la que el ecosistema tolera) y los incendios.
Antes, ayudó en ese proceso también la tala para leña. Más recientemente se agregaron, sobre todo en la zona serrana más baja, el crecimiento de las urbanizaciones y la aparición de especies exóticas que avanzan sobre las nativas generando a veces más problemas que beneficios ambientales.
En las cuencas altas serranas, por sobre los 1.500 metros, donde crecen pastizales y sólo pequeños bosques de tabaquillos y maitenes, y donde nacen casi todos los arroyos que nutren a los ríos, queda poco en pie. “En la zona alta de las Sierras Grandes, estimamos que, del 50 por ciento que estaba cubierto con bosques nativos alguna vez, queda menos del 15”, apunta Renison.
Un equipo de biólogos cordobeses que incluye a Renison, Diego Gurvich y Ana Cingolani, entre otros, viene estudiando comparaciones de aportes de agua de zonas serranas con adecuada y deficiente cobertura vegetal. Algunos resultados preliminares muestran un mayor aporte de agua durante la estación seca de las zonas con cobertura vegetal nativa respecto de las que ya perdieron suelos. Ese estudio confirma además que la calidad del agua que baja de esos sectores es muy superior a la de las áreas ya erosionadas. Y menor calidad implica más dificultades y costos para potabilizarla.
“Si bien todos los bosques influyen en la buena calidad del agua, en general es mayor la influencia de los cercanos al cauce de los ríos y arroyos”, apunta Renison.

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La ley que es letra muerta

La norma provincial sancionada en 2010 es completamente distinta de la que se había debatido durante casi tres años. Es cuestionada porque no protege estos ecosistemas y no se adecua a los presupuestos mínimos fijados por la Nación. Lucas Viano.
Los bosques nativos cordobeses no son los únicos que están en estado crítico. El tema es delicado en todo el país. Ante esta situación, el Congreso de la Nación sancionó en 2007 una ley de presupuestos mínimos de bosque nativos.
Las provincias debían adherirse con una norma propia que tuviera como piso de protección la norma nacional (de allí el nombre de “presupuestos mínimos”). Para ello, se prevé el reparto de un fondo millonario.
En Córdoba, la discusión y posterior sanción de esta ley fue polémica. La Comisión de Ordenamiento Territorial de Bosques Nativos (Cotbn) era el ente designado por la ley nacional para redactar un anteproyecto. Esto se logró tras un áspero debate de dos años que incluyó talleres regionales con campesinos, ONG, asociaciones rurales, científicos y ambientalistas.
La ley recibió algunas modificaciones en la Comisión de Ambiente de la Legislatura. Hasta allí, el sector científico-ambiental estaba de acuerdo con el texto, pero era resistido por las entidades rurales. Fue una sorpresa que el 4 de agosto de 2010 la Legislatura sancionara una ley completamente distinta a la que se había debatido durante casi tres años.
Ahora, la norma es cuestionada por los ambientalistas y el sector universitario. La Universidad Nacional de Río Cuarto realizó un pedido de inconstitucionalidad que la Corte Suprema ha decidido tratar. La Universidad Nacional de Córdoba requirió la intervención de la Defensoría del Pueblo de la Nación. Este organismo también señaló varias incompatibilidades con la norma nacional.
Y aunque viciada, la ley no se aplica totalmente. Los productores ganaderos se quejan porque la actual reglamentación interfiere en la correcta aplicación de la ley provincial. Varios emprendimientos ganaderos en el norte y noroeste provincial están parados.
De esta manera, la ley es letra muerta. La Secretaría de Ambiente de la Nación tampoco le gira a Córdoba los 20 millones de pesos que le corresponden. No es poco dinero si se piensa que en 2011 la Provincia destinó sólo 602 mil pesos a la protección de los bosques.
El 70 por ciento de ese monto se debería repartir entre los propietarios de predios con bosque nativo, como manera de compensarlos por los servicios ambientales que presta ese monte al resto de la sociedad. El 30 por ciento restante lo debe utilizar la Provincia para proteger y estudiar estos ecosistemas.

¿Cuáles son los errores que tiene la norma provincial?
“La ley incorpora artículos que hablan de aprovechamiento del bosque y en ese marco autoriza el desmonte. No cumple con los objetivos de conservación”, señala Fernando Barri, biólogo integrante de la Cotbn.
Según la norma nacional, las provincias deben dividir el territorio en tres categorías (rojo, amarillo y verde), según el grado de protección y de actividad productiva permitida. La norma provincial incorpora el término aprovechamiento del bosque hasta para la categoría roja. La ley nacional sólo autoriza que esta zona sea hábitat de comunidades indígenas, objeto de investigación científica y de actividades turísticas.
Córdoba permite los emprendimientos silvopastoriles en esta zona. El productor realiza un desmonte selectivo del bosque y siembra pasturas exóticas para el ganado. A pesar de que conserva algunos árboles nativos, lo concreto es que hay un cambio radical en el ecosistema. El bosque no es sólo árboles grandes, como quebrachos y algarrobos, sino también arbustos y hierbas.
“Ningún modelo de manejo silvopastoril ha demostrado ser sustentable. A su vez, la ley nacional define el desmonte como ‘toda actuación antropogénica que haga perder al bosque nativo su carácter de tal, determinando su conversión a otros usos del suelo tales como agricultura, ganadería, forestación, construcción de presas o desarrollo de áreas urbanizadas’” precisa Hernán Giardini, coordinador de Bosques de Greenpeace. Y aclara que la normativa nacional estipula claramente que no podrán autorizarse desmontes de bosques nativos clasificados en las categorías roja y amarilla.
Aunque se quejan de su reglamentación, los productores ganaderos del norte provincial defienden la norma cordobesa.
“Con la actual ley provincial, con un rolado de bajo impacto e implantación de pasturas podemos obtener 50 kilos anuales de ternero por hectárea, lo que equivale a 600 pesos por hectárea, una sustancial diferencia respecto de los 10 pesos derivados de la ‘compensación ambiental’”, describe Marcelo Angeli, productor de Cruz del Eje.
Los ecólogos sostienen que los sistemas silvopastoriles son productivos en el corto plazo. A largo plazo, se pierden los servicios ambientales que da el bosque: regulación hídrica, conservación de los suelos, protección de flora y fauna autóctonas, entre otros.
Además de permitir actividades de ganadería silvopastoril, la ley cordobesa tiene otras falencias. “No realiza un ordenamiento del territorio sobre una base científica. No se tienen en cuenta aspectos ecológicos y sociales, ni siquiera productivos. No se preservan las cuencas hídricas ni las especies en peligro y permite el desmonte total en el caso de zonas que se determinen como aptas para riego, inclusive en la categoría roja”, enumera Barri.
La única salida parece ser una reforma de los artículos cuestionados, aunque ambientalistas señalan que la solución es sancionar una nueva ley de acuerdo con el trabajo de la Cotbn. ¿La nueva Legislatura se animará al cambio?

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Por qué especies autóctonas y no exóticas

Puede resultar extraño, pero diversos estudios científicos muestran, incluso en Córdoba, que no cualquier tipo de bosque tiene efectos siempre positivos.
La discusión se da entre los bosques de especies nativas y los de exóticas. La primera gran diferencia es que la mayoría de las especies introducidas consumen más agua, por lo que no son la mejor opción en zonas semiáridas como esta provincia. Además, y como en otras parte del mundo, las exóticas suelen extenderse ahogando a las nativas.
También generan otra biodiversidad, diferente de la autóctona, que está adaptada al ecosistema.
En cambio, en materia de retención de suelos y mitigación del cambio climático, todo bosque
–incluidos los de exóticas – representa un aporte.
Ejemplos de exóticas en Córdoba son el siempreverde (que colonizó buena parte de las Sierras Chicas), pinos, eucaliptus, olmos y acacias, entre varias otras.
Un estudio de Marcelo Nosetto, Ana Acosta y otros investigadores del Conicet y la Universidad Nacional de San Luis, cuantificó años atrás que en el Valle de Calamuchita, donde hay miles de hectáreas forestadas con pinos, el rendimiento hídrico de las cuencas con pinares se reduce en un 35 por ciento respecto de las cubiertas con pastizales autóctonos.
Algunas otras investigaciones calcularon en un 70 por ciento la incidencia de los bosques de eucaliptus respecto de los pastizales.
Daniel Renison, investigador del Conicet y la UNC, plantea que, comprobada ya la diferencia en materia de impacto hídrico en las sierras entre forestaciones exóticas y pastizales nativos, queda pendiente abordar de manera científica la comparación, en el mismo sentido, entre bosques de especies introducidas y de autóctonas.
Siendo Córdoba un ambiente en el que la relación entre vegetación y agua resulta clave para su sustentabilidad, Renison resalta la necesidad de avanzar con más estudios científicos sobre aspectos aún no abordados.

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