19 abr 2009

Soja para hoy, poca carne para mañana

La Voz del Interior (19/04/2009)
Soja para hoy, poca carne para mañana

La ausencia de política de Estado en ganadería ha llevado a situación límite a una actividad que históricamente tuvo fuerte incidencia en la evolución económica del país.
El próximo año, la dieta de los argentinos comenzará a experimentar los efectos negativos del doble embate del interminable conflicto gobierno-agro y de la sequía que afectó a gran parte de las regiones de alta productividad agrícola-ganadera. El incontrolado proceso de "sojización" tuvo siempre un elevado costo que el Gobierno nacional, encandilado por las retenciones y la prosperidad que trajo la reactivación de las economías regionales, no quiso o no supo advertir. Los resultados de esa ceguera o su obstinación en potenciar la recaudación no coparticipable, sin importar el mañana porque le daba un enorme poder de presión y retorsión, comenzarán a percibirse en toda su dramática magnitud el año próximo.
La brutal contracción de la productividad ganadera, que no fue tenida en cuenta ni siquiera para esbozar los lineamientos básicos de una política macroeconómica, ha causado una brusca caída en el stock ganadero. La liquidación de vientres fue tan imprevisora como irracional y los resultados de esta desidia y ausencia de planificación federal (¿no existe en el organigrama del Poder Ejecutivo un ministerio con esa denominación?) están a la vista: entre los meses que restan de 2009 y la primera parte de 2010 se registrará una reducción de los planteles de terneros estimada en unos cuatro millones de cabezas, respecto de los datos de 2008. Esta contracción implica una reducción de la oferta de aproximadamente el 40 por ciento, lo que tendrá una fuerte incidencia negativa sobre los valores de comercialización.
Por lo demás, la "sojización" y la sequía (que causó la muerte de entre 1,5 y dos millones de vacunos) tienen ya un fuerte impacto sobre el total del stock ganadero nacional, que, según las estimaciones más prudentes y menos alarmistas, rondaría ahora en torno de los 52 millones de cabezas, esto es, unos cinco millones menos que en 2007. Es decir, estamos de regreso en los niveles de 1950, cuando la Argentina, con 18 millones de habitantes, contaba con más de 50 millones de cabezas y Brasil con 25 millones. Seis décadas más tarde, y con el doble de población, persistimos en el medio centenar de millones de vacunos, mientras el stock de Brasil supera los 135 millones. Es evidente que ese crecimiento exponencial del stock brasileño no podría haberse logrado sin una inteligente política macroeconómica para el sector primario de la economía, algo que ha faltado dramáticamente en nuestro país. Con un agravante: a diferencia de lo que ha sucedido entre nosotros, donde la promoción del agro implicó el abandono de la promoción industrial y viceversa, el crecimiento de la ganadería del país vecino se logró mientras producía una verdadera revolución fabril, que lo ha ubicado entre las 10 mayores potencias económicas del mundo.
Los apetecibles cortes de carnes tiernas y rosadas estarán cada vez más lejos de la mesa de la mayoría de los hogares argentinos y sólo podrán ser disfrutados por los habitantes de países que disponen de moneda dura y un nivel de vida relativamente afectado por la crisis financiera internacional. A menos, claro, que intervenga con su decisionismo irreflexivo el secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, y sin importarle la balanza comercial prohíba o restrinja las exportaciones (¿no existe en el organigrama del Poder Ejecutivo una Secretaría de Comercio Exterior, que debería entender en materia de nuestro comercio internacional?). Pero, intervenga o no Moreno, ya se prevé una reducción en la cuota Hilton, por la previsible imposibilidad de atender a la demanda de importadores de carnes argentinas.
Si se comparan las políticas ganaderas de Brasil, Chile o Uruguay con el mercado nacional, se advierte entre nosotros una lamentable carencia de planificación macroeconómica. Ni siquiera el surgimiento de coyunturas críticas como la vivida con la sequía y con la expansión del cultivo de soja, que aún perdura, induce a reformular políticas con criterios más realistas, con visión más inteligente y racional de lo que vendrá. Para gobernantes y productores, sólo interesa el día al día.

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