3 may 2013

Conozca la unidad de rehabilitación de aves

Día a Día (03/05/2013)
El hospital de los pájaros cordobeses

La reserva natural parque San Martín creó una unidad de rehabilitación de aves por la cantidad de agresiones que reciben. Algunas nunca podrán volver a planear.
Para entrar a la terapia intensiva hay que prepararse: no hacer mucho ruido, ser cuidadoso y no pisar en cualquier lado. No estamos precisamente en un sanatorio de humanos, sino en una jaula con animales. La primera Unidad de Rehabilitación y Manejo de Fauna Nativa en la Reserva Natural Parque San Martín, la que abrió las puertas a Día a Día para conocer a las pacientes: las aves mutiladas y agredidas que llegan al “internado”.
En un jaulón gigante al que los guardaparques municipales llamaron ‘El alicuco’ –en homenaje a las primeras lechuzas que recibieron en 2010–, nos adentramos a conocer este mundo de animales en recuperación, muchos de ellos atacados por la mano del hombre.
Así conocimos al taguato que jamás podrá volar, a los dos chimangos en recuperación con sus alas averiadas, al pato sirirí pampa que llegó sin plumas y chueco de un decomiso, y al carancho con una aparente quebradura y traumatismo. Tal como si se tratara de una unidad de terapia, tienen asistencia personalizada por parte de los guardaparques, además de una ayuda de un veterinario y un especialista en aves rapaces, sin cobrar un peso.
Pablo Morales es uno de estos “locos” municipales apasionados, algo así como el enfermero e ideólogo de la unidad de rehabilitación y custodia de estas aves para que vuelvan a la fauna natural.
La liberación es la última etapa, así como cualquier paciente que deja su bata verde y sale a la vida. En este caso, la rehabilitación consiste en ganarle a las agresiones del hombre, que los ataca con gomeras, balines o a los golpes propios del animal, para después poder tomar vuelo. Todos estos animales llegaron a la “clínica” por vecinos, por personal de la Patrulla Ambiental de la Provincia o por los mismos empleados.
Los golpes que reciben son tan fuertes en las alas o en las patas que después les impiden moverse, y es ahí cuando la unidad de rehabilitación empieza su tarea.
Todos con el Taguato. Al primero que vimos en la jaula fue al taguato, el gavilán como lo conocen todos. Su ala izquierda fue mutilada y nunca más podrá volar. Recibió un balazo. Un peine de acero con plumas sirvió de prueba en otra ave para experimentar si podía aletear, pero no funcionó. Está condenado a saltar de palo en palo. En cada “picada” cae desequilibrado porque no puede planear.
No tiene nombre, pero sí espera que los visitantes se lo pongan. Nunca podrá ser liberado porque, al no volar, dejarlo suelto implicaría ser presa fácil para zorros o perros. Recibe alimentación diaria y su entretenimiento es cruzar de poste en poste. La libertad no le llegará nunca.
El chueco y el sin alas. Sus compañeros de terapia son dos chimangos. El “mimoso” y el “adulto”, como los llaman los guardaparques, que llegaron por distintos problemas. El más chico es el chueco. Sus garras pisan cruzadas, por lo que tampoco le es fácil volar. Se mueve como un pollito y como se integró tanto al cuidado de los guardaparques tampoco podría ser liberado. “Se cayó de un nido en Alta Córdoba, nunca sabremos si fue por una agresión. Es un caso muy particular porque está tan habituado a las personas que no podría volver a la fauna”, nos contó Pablo, uno de los guardaparques.
Al chimango se lo conoce como un “oportunista” que caza presas, como pichones vulnerables. En esa tarea de recuperación está el “adulto”. Se tiene que conformar con planear poquito o nada. Llegó al “sanatorio” rescatado con un ala totalmente rota. Otra vez no se supo si fue la mano del hombre que lo terminó hiriendo. Ahora deberá esperar para que le crezcan las plumas y ganar estabilidad.
Pato. Nada peor que ser un pato, querer volar y no tener alas. El sirirí llegó hace días rescatado de una casa en Río Tercero que lo tenía como un animal doméstico, al que le habían cortado las plumas. Es una de las especies más bellas que tiene Córdoba, pero cuando entró en terapia parecía un pollito desolado. “Miren al cielo, es increíble. Vienen a buscarlo. Son otros patos sirirí que deben haber viajado tres kilómetros para rescatarlo. Han sentido su canto encerrado. Miren cómo sobrevuelan la jaula”, le dijo Pablo, a Walter Charras, otro de los guardaparques, sorprendido por las visitas.
Llegaron en bandada a buscarlo en el momento en que Día a Día realizaba la visita, pero el sirirí en rehabilitación no pudo volar porque un vándalo le cortó sus plumas. “Imaginen que se le debe estar piantando un lagrimón que lo vienen a buscar. Esto es la naturaleza, increíble, pero aún no le podemos abrir la jaula porque no puede volar”, explicó Pablo.
Cada carancho a su rancho. Hace unos días soltaron unos jotes, listos para planear. Pero en esta unidad nunca hay camas vacías. El viernes 26 llegó un carancho adulto con un ala totalmente averiada. Es un pájaro negro, de unos 50 centímetros de alto, que quedó condenado a la recuperación. Tiene el ala fracturada, y el veterinario decidirá si tendrá que intervenirlo o si recibirá vendajes. Da pena verlo parado a un costado de una jaula, su plumaje colgando y arrastrado, como quien tiene un brazo menos. No vuela, casi no canta. “Perdón que interrumpa la nota. Es el veterinario, ya tengo el turno para llevarlo”, nos contó Pablo. La noticia de que pueda ser intervenido es más importante.
Es imposible no conmoverse en la “terapia intensiva de las aves” porque tienen la mirada triste, a algunos hay que darles de comer en el pico y esperan volver a la naturaleza, encerrados desde un alambrado. Es la única manera que tienen para ser reinsertados, después de que alguien los atacó. La espera en la recuperación es casi en silencio, porque hasta su canto lo tienen apagado. “Liberarlos por liberarlos no es posible porque serían presas fáciles de otros animales. Además, tienen que estar aptos sanitariamente para su reinserción. Pero es inevitable no encariñarse. Pero primero está su bienestar. Ellos quieren la libertad”, insistió el guardaparques.
Ya está por caer la tarde, la terapia intensiva está por cerrar la puerta de alambre a los visitantes. Los empleados se quedarán hasta las 21. La oscuridad casi no nos deja ver, así que es hora de dejar la jaula y la reserva. Algunos intentos de aleteos, una mirada del pato que espera que vuelvan a visitarlos desde su bandada, un taguaco resignado a no volar, un carancho que tiene que ir al veterinario, y dos chimangos que esperan planear. Un submundo silencioso, a sólo metros de la ciudad.
Cómo visitar la reserva. La Reserva San Martín está ubicada a cuadras de barrios cerrados, es un espacio de 114 hectáreas que se puede visitar. De lunes a viernes sus principales concurrentes son niños llevados por los colegios. Los fines de semana es un buen espacio para caminar en el verde y el silencio de la naturaleza. Incluso, hay recorridos guiados para conocer la flora y fauna autóctona. Decenas de aves, algunas gigantescas, sobrevuelan. No hay tiempo para el estrés porque es un lugar para el relax. Está ubicada en Miguel Lillo 1744 Cuartel V, camino al camping San Martín y a metros del complejo Ferial.
La unidad de rehabilitación es un trabajo que crearon los empleados debido al aumento de aves golpeadas. Se puede llamar para colaborar o donar alimentos al 0351-153467945.

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