28 jul 2008

Ciudadanía y minerales nucleares

La Voz del Interior (28/07/2008)
Ciudadanía y minerales nucleares

Por Hugo R. Martin
Director de la Asociación Argentina de Tecnología Nuclear-Delegación Córdoba

El conocimiento científico y la posibilidad de contar con las tecnologías necesarias brindan razonables garantías para el uso de la energía derivada de la explotación de minerales nucleares.
Quizá no sea sólo una casualidad que las palabras ciudadanía y tecnología tengan una rima que llama la atención cuando se debate sobre ellas en un mismo escenario. Por ejemplo, durante los debates sobre la explotación de minerales nucleares en nuestro país. El desconocimiento ciudadano de los aspectos técnicos más sencillos parece conducir a un callejón sin salida. Aclararlos entonces es una tarea pendiente de científicos y tecnólogos, quienes tienen además que comprender el temor de la sociedad ante las tecnologías invasivas y cada vez más sofisticadas que inundan la vida cotidiana. En el medio de ambas posiciones se encuentra la dirigencia política, que debe conformar el marco jurídico de dichas actividades.
El uranio es el combustible universal para los reactores nucleares. Es un elemento naturalmente radiactivo más abundante que el oro y que la plata, pero se encuentra tan diluido que su concentración en promedio no supera los tres gramos por cada tonelada de roca. Actualmente, no es posible extraerlo a menos que su concentración sea mucho mayor, por lo general mas de tres mil gramos por tonelada. La extracción comienza con voladuras de grandes masas de mineral mediante explosivos, seguidas por su trituración y molienda para llevarlo a un estado finamente dividido y atacarlo con soluciones ácidas o alcalinas. Ya que la mayor parte no reacciona con los tratamientos químicos, una etapa de filtración permite separar los sólidos residuales de las soluciones líquidas que contienen el uranio, las que son tratadas para obtener finalmente el producto comercial conocido como “yellow cake”.
Los residuos plantean varios problemas porque contienen contaminantes químicos y radiactivos. No pueden ser devueltos a las excavaciones originales porque interferirían la continuidad de la explotación, ya que su volumen es mayor que el de la roca original al estar triturada. Por este motivo son gestionados en instalaciones superficiales cuidadosamente diseñadas para evitar la contaminación de ríos, lagos o aguas subterráneas. Los contaminantes contenidos en ellos varían de acuerdo a la naturaleza del mineral original, pudiéndose encontrar metales tóxicos (arsénico, cadmio, etcétera) y contaminantes inorgánicos (iones, amonio, cloruros y sulfatos). Con los conocimientos y técnicas actualmente disponibles y mediante controles adecuados, estos residuos no representan un problema para la salud o el ambiente.

Contaminación radiactiva
La contaminación radiactiva es sin duda la cuestión menos conocida y, por tanto, la que despierta las mayores dudas y temores. La radiactividad de los residuos se origina en el uranio y sus productos de decaimiento radiactivo (“hijos”), los que antes de su extracción se encuentran confinados y en equilibrio natural. Con el procesamiento, este equilibrio se altera y se liberan elementos radiactivos, de los cuales son ambientalmente significativos los radioisótopos torio-230, radio-226 y radón-222.
La principal preocupación con el torio no se debe a su radiactividad, ya que es muy reducida. El problema radica en que es el progenitor del radio, de larga vida media (1.600 años) y alta movilidad química y, por tanto, un generador de radiactividad de bajo nivel durante miles de años. El radio presente en los residuos se encuentra preferentemente sobre la superficie de pequeñas partículas, expuesto a la disolución y al transporte por el agua que se pueda filtrar, pudiendo llegar a las aguas superficiales y ser ingerido por animales o seres humanos. La exposición a largo plazo a cantidades pequeñas de este radioisótopo puede producir efectos negativos para la salud.
Los inconvenientes del radón son diferentes, ya que se trata de un gas inerte con una vida media muy corta (3,8 días). Para tener una idea de lo que en realidad implica su liberación al extraer el uranio, hay que considerar que la mayoría del radón presente en la atmósfera proviene de la emanación desde el primer metro de profundidad de la superficie terrestre. El contenido de uranio en esta parte de la corteza es de unos 1.500 millones de toneladas, mientras que el extraído anualmente no supera el 0,01 por ciento de dicha cantidad. Por este motivo, la cantidad de radón que se incorpora a la atmósfera por la explotación del uranio es insignificante comparada con la que se difunde naturalmente desde el suelo.
Por otra parte, si bien en los residuos la concentración de radón puede ser alta, los vientos lo diluyen rápidamente, de tal forma que a distancias mayores a un kilómetro por hora normalmente no se detectan niveles superiores a la radiactividad natural. Actualmente, la mayor parte de las radiaciones que reciben las personas proviene del desprendimiento inevitable de radón del suelo y de los materiales de construcción.
A medida que la humanidad ha pasado de las cavernas a los edificios de departamentos y las construcciones se han hermetizado para conservar la energía, la exposición al radón ha aumentado, llegando a constituir prácticamente el 60 por ciento de la dosis que en promedio reciben los seres humanos por vivir en el planeta, haya o no explotación de minas de uranio.
Está claro entonces que la minería del uranio no es una actividad trivial para la salud y el ambiente, al igual que no lo son prácticamente todas las actividades productivas del hombre. Sin embargo, el conocimiento científico y la posibilidad de contar con las tecnologías necesarias brindan razonables garantías para el uso de esta fuente de energía.

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