19 ago 2015

Embajadores y espías ambientales en Posse



La Voz del Interior (19/08/2015)
El pueblo cordobés de los embajadores y espías ambientales

Justiniano Posse ya recolecta la basura separada desde cada casa, en todo el pueblo. Para sumar adherentes, detectan cumplidores y los distinguen.
Justiniano Posse viene haciendo punta con la separación de residuos. En 2009 inició una experiencia por entonces casi pionera para Córdoba: que cada vecino, en su casa, clasificara la basura entre orgánica e inor­gánica. Empezó por un barrio y de a poco pasó a recolectar de ese modo en la totalidad de las cuadras.
La idea avanza, aunque no resulta tan sencillo. Que en toda la localidad el municipio haga la recolección diferenciada no significa que todos los vecinos cumplan la consigna.
El camión municipal pasa lunes, miércoles y viernes para recoger residuos orgánicos (restos de comidas), y martes y jueves para los inorgánicos (papeles, vidrios, plásticos, metales). El tema es que no pocos vecinos aún retiran todo junto. Y lo que no se separa, no tiene destino de reciclado y termina engordando el viejo basural municipal, sin mayor tratamiento.

Acción comunitaria
En ese marco, surgieron los ­“espías” ambientales. Ellos mismos son también los “aplaudidores”. Como espías detectan y como aplaudidores premian: ambas acciones se unen para distinguir a los vecinos que son designados “embajadores ambientales” por su rol activo y comprometido al retirar cada día su basura clasificada.
Mejor lo explica Juan Cruz Fanín, uno de los integrantes del Foro de la Juventud, ámbito creado en 2008 en este municipio (como otros tienen concejos deliberantes juveniles), en el que participan unos 30 jóvenes de 14 a 28 años, sin distinciones partidarias ni sectoriales.
“En el Foro debatimos iniciativas para nuestra comunidad. Con el tema de la basura, veíamos que no todos los vecinos participaban de la separación en origen y eso va conspirando con el proyecto final. Una posibilidad era que el municipio sancione a los incumplidores. Pero otra era algo más amigable, estimulando y premiando a los que mejor cumplen, para incentivar al resto”, apuntó Juan Cruz.
Inventaron entonces la figura de los “embajadores ambientales”. Acordaron la idea con el municipio y la pusieron en marcha, semanas atrás. Un grupo de chicos recorre las calles y observa, a modo de “in­vestigadores”, qué vecinos cumplen mejor la premisa de separar y retirar adecuadamente sus residuos. Cuando detectan una práctica ideal, se arma la brigada de aplaudidores que al sábado siguiente actúa: una veintena toca el timbre de esa casa y al salir sus ocupantes, empiezan a aplaudirlos, les entregan un cartel-diploma que “certifica” su aporte y varios obsequios.
“Empezamos hace dos semanas, ya van dos familias distinguidas y sorprendidas”, marcó Fanín. “Esa gente queda reconfortada, y le pedimos que sean multiplicadores de su aporte con los demás vecinos”, contó.

Llegar al 100
Sebastián Bruno, director de Bromatología y Ambiente del municipio, apuntó que “alrededor del 70 por ciento de los vecinos hoy cumple medianamente bien” con la separación en origen. El municipio montó una planta en la que se compacta y enfarda lo inorgánico que es vendible para reciclar, y somete los residuos orgánicos a un tratamiento para producir compost (abono natural).
Papel, cartón, vidrios, plásticos y metales se venden a acopiadores, y con esos recursos se sostiene la incorporación del personal que demanda este sistema. Y el abono fertilizante es usado por el municipio en sus espacios verdes o por los vecinos, que lo retiran sin costo.
Bruno admitió que al proyecto le faltan varias puntadas. “Hoy estimamos que se recicla un 50 por ciento de lo que se recolecta. El resto va todavía al basural”, dijo. Allí se arroja mezclado y sin tratamiento adecuado. “Pero estamos construyendo una planta que se terminaría el año próximo, con más tecnología para reciclar y un enterramiento sanitario adecuado para el resto”, acotó.

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Empezar a reducir, o acumular sin fin

El destino final de los residuos es un tema complejo, sin soluciones ideales a bajo costo. Y no parece haber tantos dirigentes (ni comunidades) dispuestas a gastar mucho en eso. Cada vez resulta más evidente que la opción pasa por reducir y reutilizar. Lo contrario implica seguir acumulando enormes volúmenes, práctica en la que aumenta tanto el costo de tratamiento como los riesgos de impacto ambiental.
No es tan fácil: deberíamos variar los hábitos de con­sumo (generar menos residuos) y de descarte (dese­charlos ordenadamente). Lo primero, por pauta cultural, será mucho más difícil de contagiar que lo segundo.
La experiencia en Justiniano Posse cobra especial validez porque –con nueve mil habitantes– si bien no es una gran ciudad, tampoco resulta una pequeña comuna donde estas iniciativas son más sencillas de aplicar.
No alcanza la excusa de los presupuestos: hay pueblos y ciudades que avanzan más que otros. Es voluntad y convicción. Además, a cada localidad le resultará cada vez más caro tratar los desechos cuanto más volumen destine a enterrar, sin separar.
Lo otro es no hacer nada, como muchos municipios aún con sus basurales a cielo abierto. Amontonar cuesta menos dinero, pero supone muy altos costos ambientales y sanitarios, que cada vez como sociedad querremos pagar menos.
Mezclado es basura. Separado, puede ser un recurso. De eso se trata: transformar desechos en recursos con valor, reduciendo el volumen y el impacto de lo que se acumula.

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