16 ene 2019

Córdoba, nuclear y relajada, como si fuera cualquier cosa

Comercio y Justicia (16/01/2019)
¿Córdoba enfrenta su propia catástrofe nuclear?

Córdoba es una provincia nuclear. A 110 kilómetros de la capital cordobesa, sobre la costa sur del Embalse del río Tercero –también llamado Ctalamochita según su denominación primigenia-, en una pequeña península a unos 660 metros de altura sobre el nivel del mar se levantan los muros de la central nuclear que, al momento de su puesta en marcha, tenía una potencia instalada de 648 megavatios.
Allende los mares, en Viena, la capital de Austria, en un edificio de propiedad de Naciones Unidas funciona –desde el 29 de julio de 1957- el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA o IAEA, por sus siglas en inglés). Allí, una oficina conocida como Incident Reporting System (IRS) –Sistema para la Comunicación de Incidentes Nucleares- ha construido un robusto archivo de informes secretos sobre hechos o episodios producidos en centrales energéticas nucleares de todo el mundo.
Archivo al que han contribuido cientos de organizaciones no gubernamentales que han denunciado, antes que los estados comprometidos, eventos de distinta gravedad sucedidos en torno a las usinas nucleares sembradas por todo el globo terráqueo.

Entre esos hechos –y por eso nuestro particular interés- el ocurrido el 30 de junio de 1983 en Embalse, pero que recién fue conocido y notificado en mayo de 1986. Es decir, la declinante dictadura militar argentina, en medio de su crisis política, moral y económica, puso en riesgo la existencia de ciudades importantes de nuestra provincia y calló.
Las dudas sobre la seguridad de las usinas nucleares nunca han sido satisfechas acabadamente. Tras el accidente de Harrisburg, en Pennsylvania, crecieron los reclamos y el silencio de quienes tenían que dar un alerta temprano e informar. Los responsables de esa central, ante una comisión investigadora, admitieron haber mentido sobre la dimensión del accidente que puso en grave riesgo a miles de vidas en torno a Three Mile Island, al no ordenar la evacuación de la población en forma inmediata.
El 26 de abril de 1986, cuando el mundo había casi olvidado el suceso de Harrisburg, Chernobyl estremeció a todos. A menos de un año de aquella catástrofe, los sensores registraron en Europa Occidental preocupantes niveles de radioactividad. Los primeros datos -que luego fueron confirmados- señalaban el estallido en una usina nuclear en Ucrania. Cuestión negada por las autoridades soviéticas que acusaban a los organismos internacionales y la prensa mundial de participar de un complot en contra de Moscú.
Mientras sucedían los ocultamiento de la política nuclear, en el frente de combate y ante las radiaciones, los bomberos –esos servidores duramente criticados por los medios de comunicación- se batían con denuedo. Su comandante, Leonid Telyatnikov, jefe de la Estación de Bomberos No. 2, se subió al techo de la Unidad de Reactores 3. Había que extinguir los incendios en el techo del reactor en buen estado y en la sala de máquinas. El resto es historia conocida…

Las centrales están trabajando a plena potencia. Ese exclusivo club está integrado por un puñado de países que, en su totalidad, reportan con alguna morosidad sus incidentes y/o accidentes al IRS. Al resto de los mortales nos queda confiar en las habilidades de esos modernos hechiceros que han logrado domesticar a los átomos, más allá de estar inundados de preguntas que nadie se preocupa por responder.
Si hubiese oportunidad de enfrentar a un directivo de la usina le pediríamos que, en buen romance y lenguaje llano, dijera cómo se determina el límite entre un incidente y un accidente nuclear. Y, de paso, cuáles son las medidas de seguridad que se toman para proteger a la población. ¿Conocemos el plan de contingencia nuclear de la ciudad de Córdoba? ¿Quién lo coordina? ¿Hacia dónde correr o alcanza con resguardarnos debajo de una mesa? ¿Defensa Civil dirá donde están ubicados los refugios en caso de que se produzca un estallido en nuestra peligrosa usina instalada sobre la Falla de Santa Rosa?
Los datos de archivo en nuestro poder indican que el “incidente” de 1983 fue clasificado como peligroso. Sucedió tras la falla de una de las bombas del circuito de refrigeración de emergencia. El operador de campo, se señala en los informes a los que tuvo acceso el semanario, apeló a recursos de emergencia que tuvo a mano. Desviando agua hacia un circuito auxiliar para refrescar el principal, lo que sirvió de poco: una importante válvula quedó cerrada.
Cuando se descorrió el velo de lo sucedido en Embalse muchos fueron los que se preguntaron si esas eran las únicas respuestas que ofrecía la tecnología; si no había otras que explorar, más eficaces que perfeccionaran los sistemas automáticos de alarma mientras perduren en su limitada vida útil.
“En momentos de emergencia la gente reacciona instintivamente”, afirma siempre Helmut Hirsch, un físico de origen austríaco, integrante del Grupo de Ecología de Hannover y de la Sociedad Alemana para la Seguridad de las Instalaciones y los Reactores Nucleares (GRS). “Nadie en esas circunstancias puede pensar tan complejamente como sería necesario”, agrega.
Si bien en la Central Nuclear de Embalse –a tenor de los partes de prensa- no hubo fuga radiactiva, en casi todos los incidentes sólo falló un componente importante.

¿Qué haríamos si una avería menor afectara más de uno de los componentes de la usina? ¿Correr? ¿Hacia dónde? ¿Alguien puede explicar el por qué del extremo secretismo que rodea la actividad nuclear?
Es imposible volcar en los límites de El Balcón la totalidad del informe de Der Spiegel y saber con certeza si hubo o no liberación “involuntaria” de radiactividad el 30 de junio de 1983. La revista alemana, en su versión de los hechos, señala: “A pesar de que no hubo daños importantes a la planta, y de que los sistemas de seguridad ni el Sistema de Suministro de Agua de Emergencia fueron necesarios, el incidente puso de relieve una serie de distintos tipos de fallas. Entre ellas pueden señalarse en el capítulo “Errores de diseño”, las siguientes: Diseño de válvula de retención; diseño de transferencia rápida; ausencia de suficiente independencia entre la descarga de las principales bombas de alimentación de agua y la bomba auxiliar”.
En el apartado titulado “Errores u omisiones en la documentación y procedimientos”, leemos: “No se prohibía explícitamente, en la documentación sobre funcionamiento, la operación de la planta con un tren de alimentación de agua deteriorado.”
Del acápite “Fallas en la organización del funcionamiento, resumimos: “Además de la falta de una prohibición formal en la documentación, la organización del sistema permitió a la planta funcionar varios días con un tren de agua de alimentación en condiciones anormales, hallándose desmantelados y sin posibilidad de funcionar varios componentes esenciales y, la existencia de un caos en las órdenes provenientes del personal responsable que colisionaban con los manuales de procedimiento”.
No sabemos cuántos incidentes protagonizó nuestra peligrosa vecina. La organización Fundación para la Defensa del Medio Ambiente (FUNAM) denunció que la remodelación de la usina de Embalse la torna más peligrosa y sus efectos devastadores. Y, que, el 17 de noviembre de 2017 se produjo el salto de varios sellos de contención en el Área de Operaciones del reactor nuclear, lo que permitió la liberación de vapor con tritio 3 radiactivo en el Área de Operaciones donde se encontraban unas 50 personas.
Durante las cinco horas que duró el episodio hubo registros altos de tritio radiactivo al mediodía y a las 14 horas, situación que forzó la evacuación total del área contaminada. Según datos proporcionados por un informante de FUNAM, hubo cinco trabajadores contaminados. La persona más impactada recibió 12 mSv en dos horas de exposición.
¿Cuánto hay más por saber? ¿Cómo incide en el cambio de clima que sufre la región y en la aparición de peces monstruosos en los anzuelo de los pescadores?

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