13 jul 2018

Crítica a la extensión de la concesión del Zoo



La Voz del Interior (13/07/2018)
El zoológico de Córdoba

El arte del atajo es lo que mejor nos sale: puestos a eludir las necesarias discusiones sobre temas que a todos nos competen, las autoridades de turno disponen de recursos para la resolución por la vía directa y el resultado exprés.
En ese sentido, bien lo demuestra la extensión de la concesión del Zoo Córdoba hasta el año 2024 mediante un decreto, sin pasaje por el Concejo Deliberante ni advertencia alguna a una sociedad que exige participar de estas y otras decisiones.
Se dirá que hay temas más urgentes, pero es cuanto menos llamativo que se prorrogue un contrato sobre cuyo canon nada se dice y a cambio de una suma de tres millones de pesos en mejoras edilicias, valor que la inflación convertirá en monedas y hoy alcanza para pagar un módico departamento.
No hay manera de entender la velocidad del trámite, salvo que se piense torcido y se haya querido eludir el debate en el Legislativo municipal. Tanto como crearse un nuevo problema, cuando la presente gestión intenta llegar al final de su mandato sin abrir nuevos frentes: con la basura, el transporte, el tránsito, la noche y el caótico desarrollo urbano alcanza.
No es un tema menor, aun cuando pueda parecerlo: se avanza a contrapelo de todo lo que hoy se preconiza en el mundo, donde los zoológicos van desapareciendo, relevados en no pocos casos por santuarios para animales que no pueden ser reinsertados, mientras la Justicia se va adecuando al concepto novísimo de “persona no humana”.
En la era de la televisión y las múltiples plataformas, la fauna y los escenarios de este mundo están al alcance de todos sin necesidad de mantener especie alguna en encierro.
Pero el caso del zoológico cordobés difiere de otros, por su escenografía: arquitectónicamente imponente, es al mismo tiempo un hábitat que remite al siglo XIX sin atenuantes, con sus encierros asfixiantes e historias patéticas como las del chimpancé Silvio o el oso Boris, un ejemplar polar en una jaula mínima en un clima subtropical, o el del cóndor que por años habitó una gran pajarera dotada de un árbol seco.
Demasiadas crueldades como para olvidarlas.
Cuando los establecimientos similares del país comienzan a reconvertirse, como el de Palermo, en Córdoba se insiste con más de lo mismo, lo que habla de indiferencia, desidia o conveniencia, o la suma de todo ello.
El tema debió ser discutido en el Concejo, el ámbito adecuado para que todos los cordobeses expresen en persona o por sus representantes si quieren seguir viendo animales enjaulados, el predio repartido entre desarrollistas o reconvertido con otros fines públicos.
Por esta omisión, el Zoo Córdoba será un nuevo pasivo en el rosario de cuentas pendientes que alguna gestión futura deberá saldar. Ello si los cordobeses tienen alguna vez la suerte de contar con una que lo haga.

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