10 dic 2017

Doña Jovita y la defensa del monte y la gente

La Voz del Interior (10/12/2017)
El monte y la gente, bajo el mismo acecho

En una tarde abrasadora, de esas que bien sabe hacer arder el sol de Traslasierra sobre la pasmosa quietud del valle del verano, José Luis Serrano, metido en la espesura del monte, podía jurar que había sentido nacer allí mismo una brisa muy suave, silente, apenas el suspiro de un poro.
Se preguntó entonces si era la respiración de las hojas, una más una en medio de tanta frondosidad, o quizá el agitar de alas ocultas o perdidas. Al fin, ha pensado que es el propio aire el que se conmueve solo entre una y otra densidad de sombra y temperatura.
Es ese mismo bosque el que ha visto estallar de luz y sonidos en los finales de las madrugadas, en aquellos amaneceres de la infancia en al campo de la tía Elba, allá en Pozo de la Pampa, a unos kilómetros de su Villa Dolores natal.
El lugar era el escenario del estío de todos los primos González (tal su apellido real). La tía tenía vaca, hacía quesos, y sin embargo el bosque estaba allí, al alcance de las sensaciones y los sentidos, tan cotidiano y tan arcano.
Y hubo noches de esplendor de luna llena en las que se hundió en el verdor oscuro y pudo sentir cómo lo asaltaban turbiones de aromas penetrantes a medida que su olfato atravesaba plantas. Mientras, oía una extraña exaltación de sonidos tan vivos como no los había imaginado jamás. Una amiga, buscadora de arañas raras, le explicaría que las de la noche son horas de intensa actividad de polinización, que hay cientos de insectos, quizá alguno aún desconocido.
Para José Luis Serrano, el monte siempre ha sido un territorio de revelaciones, de sentimientos y, sobre todo, de la elocuencia de la vida. Algo así como el corazón del misterio del que estamos hechos.

Sorpresa en la Legislatura
El 14 de diciembre de 2016, la Legislatura de la Provincia convocó a un grupo artistas de Traslasierra para ofrecerle un reconocimiento, especialmente, a José Luis Serrano y a su insigne personaje, Doña Jovita, con el que acababan de cumplir 30 años de convivencia con la misma piel.
Por esos días, había tomado estado público el proyecto de una nueva ley de ordenamiento territorial de bosques, y algunos cuestionamientos habían comenzado a sentirse.
Serrano, ya convertido en la picante y graciosa anciana serrana, quería decir algo y pidió permiso para hablar. Se lo dieron.
Entonces, el homenaje se convirtió en toda una sorpresa. Junto a Churly Corroza y al grupo Los Nietos de Doña Jovita le cantaron al árbol y pidieron protección para el monte nativo.
“Hay que estar muy estraviau para atropellar así a quien nos da la vida”, sentenció la entrañable vieja.
A partir de entonces, personaje y actor se erigieron en estandarte de la resistencia contra la ley de bosques, que se hizo sentir, particularmente, en las calles de la capital de la provincia con tres manifestaciones (el 28 de diciembre de 2016, y el 1° de marzo y el 28 de junio de 2017) de las que tomaron parte miles de personas.
La masividad del reclamo y el compromiso de organizaciones ambientalistas contuvieron el proyecto .

–¿Qué fue lo que te impulsó a cambiar el curso del homenaje a Doña Jovita?
–En esos días del acto en la Legislatura estaba preocupado porque se trataba de un proyecto de ley que fue elaborado con apuro. Lo que más me abrumaba era que se seguía contemplando solamente un tres por ciento de bosque nativo. Es decir, en todas las gestiones veníamos atrasándonos con esa deuda que tenemos con el ambiente, y este nuevo proyecto no sólo que no estaba dispuesto a proteger más, sino que iba a liberar zonas para el desmonte. Esto no sólo no se corresponde con la situación ambiental, sino tampoco con el reclamo de los campesinos que viven del monte y lo explotan de modo sustentable.

–¿Cómo sostienen una explotación sustentable esos campesinos que mencionás?
–A los que yo más conozco es a los del oeste provincial, que viven del monte y del ganado mejor, como cabras y ovejas. La manera de preservar un espacio está en sus tradiciones culturales y familiares. Por ejemplo, sacan la leña, pero se elige para no exterminar el recurso, del mismo modo en que lo hacían los abuelos y bisabuelos. Son explotaciones a pequeña escala, porque tener 300 hectáreas que no son de cultivo no significan demasiado.

–Y esa gente, que sostiene la actividad humana en la geografía profunda de la provincia, no suele ser tenida en cuenta en las decisiones.
–Porque no tienen una representatividad potente. Viven en zonas alejadas, de difícil acceso, y sus actividades históricamente no han sido consideradas. Aunque corresponde decir que está más visibilizada. Hay algunos acuerdos que dan protección. Por ejemplo, se acaban de abrir almacenes (Monte Adentro) en los que el movimiento campesino de Córdoba vende sus productos, hay uno en la Capital (Rivadavia 758) y otro en Villa Dolores. Se va tomando conciencia y se va haciendo con todos.

–Mientras tanto, hay otro modo de explotar la tierra, sin demasiadas consideraciones.
–No se tiene en cuenta algo que no se puede vender, que es como el aire: el bosque bajo, también llamado fachinal o matorral. Allí están los renovales, el vivero de lo que van a ser los árboles de mañana, y donde desarrollan su vida innumerables especies animales. Desde un criterio colonizador, productivista, se dice que esto no vale nada, que es sólo churqui. Pero se está destruyendo la diversidad. Para ponerlo en valor, veamos un caso extremo: Santiago del Estero. Donde hubo un inmenso monte, ahora hay miles de hectáreas en silencio y desolación.

–Allí tuvo que ver la desmedida explotación del quebracho para alimentar los ferrocarriles ingleses en la primera parte del siglo 20. Pero hay muchas regiones que han sufrido cambios.
–En Traslasierra, los viejos suelen decir que esto era un mar de algarrobo. Incluso el poeta puntano Antonio Esteban Agüero habla de “el interminable verde”. Pero también ha pasado en la zona llana, que fue ganada por los cultivos intensivos y por el monocultivo. Recuerdo que cuando cursaba la escuela agrotécnica, el padre Farina, profesor, nos recomendaba que además del cultivo principal, tuviéramos en cuenta las otras posibilidades que nos da la tierra, como el cuidado del monte nativo.

Sin bosque, sin cultura

–El avasallamiento del bosque también es avasallamiento cultural, es una idea que te gusta repetir.
–Preguntémosle a un chico si puede identificar a una vizcacha, o diferenciar una mara (la liebre nuestra) de un conejo de los palos. Es más fácil que hable del coyote. Ese pájaro que escuchamos cantar ahora (en barrio Juniors, donde está su residencia capitalina) es un chingolo. En Villa Dolores se lo llama chuschín, y en Pocho, afrechero. Cuando desaparece el monte también desaparecen el conocimiento y la cultura que tiene que ver con él.

–Es que la cultura surge también de la relación que el hombre establece con su paisaje.
–En nuestro folklore, por ejemplo, siempre hay una referencia al paisaje, al encuentro entre la gente. En Atahualpa Yupanqui, el vínculo con la naturaleza se vuelve espiritual. “La partícula cósmica que navega en mi sangre/ es un mundo infinito de fuerzas siderales/ vino a mí tras un largo camino de milenios/ cuando, tal vez, fui arena para los pies del aire”, dice en Tiempo del hombre. Cuando vivís en la ciudad te acostumbrás tanto que a veces no te enterás de que hay luna llena.

–Se te ha escuchado subrayar el valor de la encíclica Laudato Si, del papa Francisco.
–Lo primero que deja claro es que los perdedores de esta manera de explotar los recursos son los pobres y el monte. Todavía no estamos a la altura de esta encíclica. Debería ser el libro de cabecera del mundo. Francisco tomó el toro por las astas y desde hace tiempo viene como galopeador contra el viento, interpretando el mandato cristiano desde la esencia del hombre en el paisaje. Cuando llegue, el desastre no se va a fijar si sos ruralista o campesino, católico o judío, gobernante o gobernado. Tenemos que cuidar la casa común; los hombres también somos árboles en este mar de vulnerabilidad”.

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Más Información:

- Doña Jovita, el entrañable personaje que le cambió el destino. “Doña Jovita está en esta lucha porque ella es del monte. Cuando escuchás a una abuela de Traslasierra hablar del monte, te das cuenta de ese sentimiento. O cuando ves, por ejemplo, la enorme tristeza que sienten cuando le voltean ese árbol grande del patio, generalmente, un algarrobo, bajo el que se hicieron casamientos, las reuniones de los domingos...”.
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