16 dic 2016

Villa María: jornada sobre soberanía alimentaria

El Diario de Villa María (16/12/2016)
“Lo más terrible es la deforestación”

Hoy a las 10 se realizará una jornada sobre la temática en la Medioteca (Sabattini 40). Por tal motivo, reproducimos parte de la entrevista realizada a una referente a nivel nacional

-¿Cómo surge el concepto de Soberanía Alimentaria (SA)?
-El concepto nace desde Vía Campesina en 1996. Luego de elaborarlo, lo plantean en noviembre en Roma en la Cumbre Mundial de la Alimentación y allí fue debatido por más de 1.200 organizaciones sociales en el Foro Mundial por la Seguridad Alimentaria, paralelo a la Cumbre oficial. Con él se reafirman la soberanía y el derecho a la alimentación desde el punto de vista político. Hasta el momento veníamos trabajando desde el concepto de Seguridad Alimentaria que apuntaba, además de a la calidad e inocuidad de los alimentos, más bien a lo individual y a lo comercial, contribuyendo a plasmar la globalización económica. El documento liminar dice: “¿Ganancia para pocos o alimentos para todos?”. Así, como representantes de las Nutricionistas Argentinas, participamos en aquel debate y trajimos este concepto a nuestro país.

-¿Qué novedades trae este concepto?
– Primero, el alimento no es una mercancía. Así nos despegamos de SA, de tratar al alimento con un fin comercial. El alimento es un bien social. Segundo, el alimento no puede ser utilizado como herramienta de dominación de los pueblos. En las prácticas soberanas el poder humano circula respetuoso de la naturaleza, generando relaciones sociales equitativas en un ambiente integralmente saludable.

Córdoba en el debate

-¿Qué pretende dejar atrás la SA?
– A lo largo de la historia se han producido guerras y bloqueos al desarrollo de diversos países, debido a la necesidad de conquistar para expandir el dominio económico. Todo el dominio colonial está vinculado al concepto del alimento-mercancía, hoy reflejado en un modelo productivo agroindustrial sesgado por las especulaciones financieras que tienen por objetivo la comercialización internacional de los alimentos, generando dependencias y así debilitando el desarrollo autónomo, independiente y soberano de los pueblos en un Estado de bienestar común. Este modelo requiere de cultivos extensivos (en general monocultivos) que se exportan y se requieren cada vez en mayor cuantía para incrementar ganancias, lo cual produce que los otros alimentos necesarios para la población del lugar se dejen de producir y/o se tengan que importar a precios más baratos que los locales (dumping). Así todo el mercado se va internacionalizando y concentrando en pocas corporaciones. Entonces, genera dependencia tanto al instalar la necesidad de importación como al requerir que nos sigan comprando el monocultivo que producimos, porque si no, entramos en enorme crisis. A la vez, este sistema promueve el uso de los OGM (transgénicos), cuya peor consecuencia es el uso imprescindible del paquete tecnológico, es decir, requiere de la aplicación de agrotóxicos (no agroquímicos), que van dañando la salubridad ambiental y humana. Este modelo promueve la concentración del poder y del mercado fundamentalmente a nivel internacional, lo que termina produciendo el desalojo de los campos al plantear casi una agricultura sin agricultores, la sobrepoblación urbana, la falta de servicios públicos en los cordones que rodean a las grandes ciudades, todo lo cual agrava cada vez más la situación social. Y lo más terrible es lo que se ha hecho con la deforestación y saqueo de los bosques nativos, una de las mayores riquezas que tenía este país. La consecuencia inmediata de esta desertificación, producto del modelo productivo, es el cambio climático. Córdoba, entre la puja por la burbuja inmobiliaria y la burbuja sojera, se ha quedado prácticamente sin bosques nativos. La desertificación efectuada en pocos años en esta provincia es considerada una de las mayores del mundo, por eso hay inundaciones, tormentas, sequía y otros desastres. Y lo que sucedió en Córdoba está ocurriendo en el resto del país. Argentina relativamente aún sobrevive a la situación crítica que provoca el neoliberalismo, debido a que es un país que en cierto modo preserva la diversidad productiva; los problemas aquí son las limitaciones en cuanto a transporte y la falta de desarrollo en energías alternativas, todo lo cual encarece los alimentos.

-¿Qué otros efectos produce el actual modelo agroindustrial?
-A nivel mundial en general estamos atravesados por un modelo que responde al capitalismo, cuyo objetivo es producir la máxima ganancia, dejando de lado lo que llaman “externalidades”, los efectos colaterales. Por ejemplo, a 20 años de instalado este modelo productivo, la aplicación de agrotóxicos trae aparejados gravísimos daños en la salud tanto del ambiente como de las personas, aumento de enfermedades oncológicas, neurológicas, respiratorias, dermatológicas. Esto, acompañado por la comercialización de alimentos altamente industrializados, es decir, ultraprocesados, que requieren de mayores conservantes, aditivos, colorantes y saborizantes, que entonces también afectan la salud y que se expenden a través de las bocas comerciales concentradas especialmente trasnacionales, lo cual al mismo tiempo va generando desempleo, bajos salarios, agudización de la pobreza, inflación, encarecimiento de los alimentos y disminución del poder adquisitivo de la población.

-¿Cómo hacemos para generar un sistema cuya propuesta económica no sea tratada como variable central, sino como una de las tantas que conforman la vida?
-Necesitamos cambios profundos en las políticas públicas que permitan ir tomando un camino de transición, que superen esta situación del capitalismo salvaje. ¿Cuál va a ser el nuevo modelo? No lo sabemos; por lo pronto, necesitamos transitar otro camino, tendremos que pasar diferentes etapas en esa transición a través de las cuales vayamos produciendo las transformaciones necesarias, hasta llegar a un nuevo paradigma. Necesitamos cambiar de raíz nuestra Constitución, la cual no representa las necesidades del siglo XXI. No podemos seguir teniendo una Constitución que diga que “el pueblo gobierna a través de sus representantes”. Necesitamos y exigimos una política más participativa, porque a los representantes ya no los elegimos nosotros en general, se instalan por otras vías que no siempre son políticas. Necesitamos que quien gobierne sea alguien que trabaja con nosotros, que esté en el barrio y que si no cumple con su rol, podamos revocarlo. Necesitamos cambios que pongan en el centro el derecho a la vida, a la alimentación, a la salud y a la educación y que todo se organice en función de ello, con una distribución equitativa de la riqueza que producimos y no que sigamos incrementando la desigualdad que, como vemos, a medida que se agiganta va generando un clima de violencia social.

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