9 oct 2016

Ciudad de Córdoba, otra vez bajo el agua

La Voz del Interior (09/10/2016)
Otra vez bajo el agua

Nada inusual en la ciudad de Córdoba, salvo un detalle digno de mención: que nadie ignoraba la cercanía de la escena, que las advertencias se habían sucedido y que los antecedentes lo demostraban. Que el pasado, al fin, nos condenaba a repetirnos.
No fue el huracán Matthew, sino apenas una precipitación rápida de 43 milímetros, cifra esta que cualquier lluvia veraniega supera con creces. Con viento fuerte, es cierto, pero todo dentro de lo que la época del año permite esperar y prever. Menos en el abrumado paisaje cordobés, postal consecuente del abandono, la imprevisión y la planificación ausente.
Hospitales colapsados por el ingreso de agua, calles convertidas en cascadas, toneladas de basura arrastrada hacia cualquier parte, postes y árboles caídos, cloacas desbordadas, desagües obstruidos y, sobre todo, la ciudad paralizada por horas.
Nada inusual en la ciudad de Córdoba, salvo un detalle digno de mención: que nadie ignoraba la cercanía de la escena, que las advertencias se habían sucedido y que los antecedentes lo demostraban. Que el pasado, al fin, nos condenaba a repetirnos.
Y lo hicimos. Para la ocasión, los funcionarios apelaron a sus mejores argumentos: que fue mucha agua en poco tiempo; que los vecinos ensucian demasiado y todo el mundo arroja a la calle lo que sobra en sus casas; que se habían realizado las obras pertinentes.
Es cierto, lo sabemos: somos unos vecinos de esos que suelen arrojar sus residuos en la calle o en el jardín de al lado; que sacamos la basura cuando no debemos; que hacemos poco y nada por mantener limpia y ordenada la ciudad. A confesión de partes, relevo de pruebas.
No lo es menos que la ciudad atrasa dos décadas en materia de desagües y, a medida que estos se construyen, van quedando obsoletos, porque la ciudad ya es otra, más grande y diferente. O que, a veces, el servicio de recolección de residuos no trabaja con la frecuencia debida y, también, que todo el sistema –escaso– de escurrimiento del agua se limpia tarde y poco.
Ni hablar de que el crecimiento de la urbe sin orden ni concierto y la deforestación subsecuente la están convirtiendo en 
una piscina cada vez más grande e inmanejable.
Pero sucede que los ciudadanos pagan tasas que están destinadas a solventar un servicio eficiente y razonable de disposición de los residuos urbanos y la construcción de desagües en tiempo y forma. Y también abonan los salarios de funcionarios que deben prevenir antes que explicar por qué las cosas se desmadraron. Y planificar, claro.
En resumen, alguien debería ocuparse de que la mancha urbana no siga extendiéndose de modo irracional, con emprendedores acostumbrados a transgredir la normativa para luego negociar una módica compensación al municipio. Y, sobre todo, que algunos, con los pergaminos suficientes, determinen cómo será la ciudad del futuro y los funcionarios respectivos actúen en consecuencia. Planificación es como se llama eso en el mundo desarrollado.

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