16 jun 2013

Siguen a Yuri

La Voz del Interior (16/06/2013)
La "mamá humana" de Yuri se mudó al refugio


La familia puso en venta su casa en Villa General Belgrano para trasladarse a la Reserva de Monos Carayá de La Cumbre, y así estar cerca del primate.
Esta es una historia de amor. Entre una familia, los Rodríguez, y un mono carayá, Yuri. Una curiosa y poderosa historia de amor entre seres de distintas especies.
Nélida Toranzo, “Nelly”, cambió su vida de un día para otro. No lo planeó ni jamás lo imaginó. Vivía en la misma ciudad donde nació, Villa General Belgrano, junto con su marido, Rubén Rodríguez, y los dos hijos menores de ambos.
Pero hace tres semanas se mudó a un refugio para monos carayá –o aulladores– y otros animales. Con un único objetivo y prioridad: estar cerca de quien para ella es otro hijo. Uno que jamás podrá tener DNI pero al que quiere como si fuera su propia descendencia.
“No lo podemos dejar solo, a un hijo no se lo deja solo. Desde que vine a verlo, no me fui más. Sentí que me necesitaba”, cuenta Nelly desde el lugar, mientras Yuri, sentado en sus hombros, la abraza.
El origen. La historia de Yuri se hizo conocida hace tres semanas, cuando en un procedimiento en la ruta 5, la Policía Caminera le secuestró a un señor un mono que llevaba con él en el camión. Ese señor era Rubén y ese mono, Yuri.
La Policía dio intervención al personal de Ambiente y Fauna; Yuri fue trasladado primero al zoológico y pocos días después a 11 kilómetros de la ciudad de La Cumbre, al predio del Proyecto Carayá, el primer centro de rescate y rehabilitación de primates en la Argentina (ver Infografía).
Los Rodríguez fueron a visitar a Yuri apenas se enteraron dónde estaba. Ese día, cuando, según Nelly, vieron lo triste que estaba el animal, ella decidió quedarse a vivir con él.
Se quedó con lo que llegó: apenas la ropa que llevaba puesta. Y dejó su casa de Villa General Belgrano, con todas sus pertenencias y sus dos hijos de 19 y 21 años.
La hija, Belén (21) dice que toda la familia se siente destrozada. “Lo queremos como a un hermano. Si realmente no lo podemos tener, deseamos que se adapte”, cuenta la joven desde Villa General Belgrano.
Alejandra Juárez, titular del Proyecto Carayá, le prestó una habitación con cocina que estaba desocupada en el refugio. Y ahí transcurre sus días Nelly, quien, además de cuidar a Yuri, colabora con todas las tareas del lugar, como darle alimentos a la enorme cantidad y variedad de animales que viven allí. Hay 160 monos carayá, unos 40 perros, dos pumas, un grupo de 20 monos capuchinos (rescatados de un laboratorio que iba a sacrificarlos), un chancho que obedece como un perro, chivos, gallinas...
“Yo agradezco la posibilidad que nos dan de ver y acompañar el progreso de Yuri, de estar cerca si se pone triste”, cuenta Nelly.
Rubén no puede quedarse en el refugio por razones laborales. Tiene un camión que usa para ir al monte en Calamuchita y transportar leña. El día que no va, no cobra. El dinero no sobra, e incluso se les hace muy costoso ir seguido al refugio.
Desde que el caso trascendió en los medios, los Rodríguez aseguraron que querían a Yuri como a un hijo. Lo que podía parecer apenas un recurso discursivo para intentar recuperar al mono, terminó por demostrarse en hechos bien concretos.
¿Mudanza definitiva? Querer como un hijo es, por ejemplo, lo que decidió Nelly: mudarse con Yuri. Es, por ejemplo, lo que hace Rubén: visitarlo todos los fines de semana, aunque tenga que manejar 180 kilómetros. Es, por ejemplo, lo que decidieron los dos: vender la casa donde viven para mudarse definitivamente a La Cumbre.
“Puse en venta la casa para irme a La Cumbre; así no podemos vivir”, cuenta Rubén.
Al comienzo, los Rodríguez pensaron en la posibilidad de presentar un recurso de amparo para que la Justicia les devuelva a Yuri. Hoy, parecen entender que lo mejor es que viva con otros monos.
El modo en que se inició la relación –la compra de Yuri cuando era un bebé– está prohibido por la ley y la tenencia de un animal salvaje también. Nelly lo sabe. “El error que cometimos es grande pero no podemos dar marcha atrás en nuestros sentimientos”, reflexiona con ojos vidriosos. Y cuenta que Rubén compró a Yuri cuando era bebé porque le dio lástima. “La idea siempre fue cuidarlo hasta que se hiciera adulto; habíamos venido una vez acá para conocer el refugio y traerlo más adelante”, cuenta. Sólo lamenta que el proceso haya sido tan brusco.
La historia traspasa los límites del mero capricho. Tal vez no todos puedan entender a Nelly ni sentir empatía por la sensación de pérdida que atraviesan los Rodríguez. Pero de algo no hay dudas: del amor que puede existir entre los humanos y los monos.

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Un embajador de los carayá


Para la coordinadora del Proyecto Carayá, el caso de Yuri servirá para tomar conciencia de lo que puede suceder cuando se saca a estos animales de su entorno natural.
Yuri podrá vivir libre con otros monos de su especie luego de un proceso de adaptación. Cuando en el refugio reciben un mono carayá, no lo sueltan inmediatamente.
Primero pasa por un proceso de adaptación para que pueda relacionarse con otros monos.
Los monos carayá son animales que viven en grupos cerrados y son muy territoriales: una vez que se instalan en un lugar suelen quedarse allí y defenderlo de otros animales de su misma especie.
El armado de grupos estables de monos carayá, que luego vivirán juntos de manera libre, es un proceso muy complejo. Hay que elegir un macho dominante, machos que se lleven bien con esos machos dominantes, y varias hembras.
No se hace al azar, todo depende de la personalidad de cada uno de esos monos.
Para Alejandra Juárez, coordinadora del Proyecto Carayá, Yuri podría llegar a ser un macho dominante.
Y no sólo eso: asegura que Yuri se transformó en una especie de embajador de otros monos carayá. “Abrió la realidad de lo que pasa con estos monos, a los que sacan de su hábitat natural para venderlos. Creo que mucha gente, a partir del caso de Yuri, tomó conciencia de esta situación”.
Visitas a la reserva. La Reserva de Monos Carayá se puede visitar todos los días. La entrada cuesta 40 pesos y el dinero se usa para sostener el proyecto. El lugar está a 11 kilómetros de la localidad de La Cumbre. No llega el transporte público, por lo que sólo se puede acceder en móvil privado. Para ir, hay que tomar el camino que va a Estancia El Rosario.

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