28 oct 2012

Bajo Grande: lo que encuentran los empleados

Día a Día (28/10/2012)
Fetos en las cloacas de Córdoba
Los empleados de Bajo Grande y del Pozo San Vicente cuentan que rescatan de los filtros de las plantas de tratamiento entre tres y cuatro restos de abortos que llegan por las tuberías cloacales. Les dan sepultura en el lugar.
El líquido cloacal trae todo lo previsible: agua turbia, nauseabunda y olorosa que llega a la planta de tratamiento de Bajo Grande. Y lo que no: las piletas son un agujero negro de la ciudad. Ahí acaban cabezas de caballos, plumas de pollos, perros muertos... y fetos.
Sí, cuerpos de abortos que terminan en el lodo y que los empleados municipales retiran y entierran en cementerios improvisados. En el pozo nivelador de San Vicente sólo un empleado llegó a sacar 40 cuerpitos en sus 32 años de trabajo. Por mes, cuatro fetos terminan en estas plantas de procesamiento.
Los restos llegan a Bajo Grande, en la zona de Chacra de la Merced, después de haber recorrido varios kilómetros por los conductos cloacales. La única manera de que arriben a ese lugar es que hayan ingresado al torrente desde las bocas de registro que están en las calles, desde un inodoro o desde un depósito.
El relato de los empleados municipales que hallan los fetos es escabroso. Son cuerpitos de no más de cinco meses de gestación. Aparecen flotando en la primera pileta de acceso o quedan atascados en las rejas que frenan los materiales sólidos que llegan a Bajo Grande. La mayoría de estos restos termina enterrado en fosas que hacen los empleados para que no sean destrozados por los perros vagabundos.
“Nosotros nos metemos y los sacamos. No los podemos dejar pasar como si nada”, cuenta un empleado. Cada vez que aparece uno en los filtros o en las rejas y caen a los contenedores que se van a la basura, lo sacan para enterrarlo en un sector que bautizaron “el cementerio”. Hay varios enterramientos improvisados, el último está cerquita de una planta de burro. Lejos de los animales que andan en el predio. Ahí quedan cubiertos por tierra, a la sombra del arbusto.
Muchos de los trabajadores que cuentan esto no quieren dar sus nombres. Pero Amadeo Acevedo se anima. Trabaja en las rejas, en el filtrado de los sólidos, y es uno de los que está más cerca de esta realidad. “Me cansé de ver esto. Tengo 54 años y casi 30 en el mismo puesto. Estoy cansado de lo que veo flotando, o que cae en los contenedores. ¿Cómo los voy a dejar ahí, que se vayan a la basura? Los enterramos”, cuenta.
Roberto Gaetán es uno de los delegados en la planta, tiene 16 años en el lugar, y fue en persona varias veces a denunciar a la Justicia y a la comisaría cuando aparecía algún feto.
“Nunca nos dieron respuestas, nos cansamos de avisar, por eso ya no denunciamos, porque nunca vino nadie. Es muy difícil lo que nos toca ver acá: a veces aparecen fetos del tamaño de una lauchita, pero también encontramos cuerpitos más grandes”, dice Roberto.
“Por una cuestión cristiana, de religión, a los fetos les damos nosotros, como podemos, cristiana sepultura. Los que primero los ven son los muchachos que trabajan en las rejas porque es ahí donde se encastran. Ahora están llegando por mes dos o tres fetos. Así que se cava un pozo y se los entierra, lejos de los perros”, explica Roberto, en un relato que es tan espeluznante como real. Él mismo se siente compungido con las descripciones.
Julio Ariza es otro de los delegados de Bajo Grande: “Seis años atrás podían llegar hasta tres cuerpitos por día, ahora se ven muchos menos. Y la impresión que causan es tremenda. Ya los muchachos se cansaron de denunciar, muchos años atrás. En los últimos tiempos los ponen cerca de una planta de té de burro. Ahí está el último cementerio”.
Lo que flota. En esta planta hay piletones gigantes en los que se inicia el proceso de clorado de los líquidos. Por lo que con antelación, los empleados deben retirar todos los sólidos, como animales o desperdicios que tiran ilegalmente las industrias –escombros, cal, restos de pollos y plumas y hasta metales pesados– para que no interrumpan el fluir de la cloaca. No hay cosa alguna que parezca agradable a la vista, pero nada se compara con el hallazgo de fetos en bolsas o sueltos, como pequeñas partes humanas pegando contra una reja.
En Bajo Grande se encuentran un promedio de tres fetos por mes y en el Pozo San Vicente, otro. En Inaudi y Villa Boedo no hablan del tema.
Enterramientos. En los dos lugares hay cementerios improvisados. Los municipales buscaron espacios para depositar los restos. Surgieron ante el dolor que les causa rescatarlos y no tener una respuesta inmediata de la Justicia sobre qué hacer con ellos. En todos los relatos coinciden en que vieron cuerpos en formación de pocas semanas.
Uno de los municipales de Bajo Grande, de quien reservamos su nombre, suele encargarse de hacer los pozos y depositar los cuerpos. Pero no hay un solo responsable, lo hace cualquiera cuando el dolor o la impresión lo supera.
“Cuando esta situación empezó a darse hace años, los compañeros fueron a la Policía y a la Justicia. Nunca se hizo nada ni vinieron a ver si esto era producto de una maniobra clandestina de una clínica”, relata Roberto.
Julio agrega que a los empleados les cuesta hablar porque en 2006 llegó flotando el cuerpo de un linyera. Ese hecho derivó en muchos meses de investigación que incluyó la reconstrucción de los hechos y una gran cantidad de trámites judiciales.
Pozo negro. Lo que dicen en Bajo Grande lo repite a Día a Día el municipal Ángel Agüero, quien lleva 20 años en el pozo San Vicente. “Habré rescatado 40 fetos, no me voy a callar, no hay que ocultar lo que pasa. Últimamente no estamos viendo tantos. Creo que dejaron de aparecer después de que se desbarató en San Vicente esa clínica de abortos clandestinos”, dice este hombre de 52 años, padre de 11 hijos, con nietos y bisnietos.
“Soy el primero en estar en contra del aborto porque creo que desde el mismo momento de la concepción hay vida. Pero este trabajo te hace ver muchas cosas y creo que nunca te acostumbrás porque puede venir un perro vivo, como rescaté un día, un colchón, escombros o un feto”, narra.
En el pozo San Vicente el entubado de la cañería se abre en una pieza de cinco por cinco metros y los empleados se tienen que internar para sacar todos los sólidos que puedan taponar las bombas.
Cuando Ángel habla, otro compañero con seis meses en el lugar lo mira. Hay muchísimo olor en el lugar. Está pasando el rastrillo en esa boca de cloacas. Hay botellas, preservativos, toneladas de pelos y desechos. No estamos en esos días negros que aparece un cuerpo flotando en esas aguas turbias. Pero nunca se sabe cuándo arribará.
“Cuando llegan los sacamos y los enterramos antes de que se los coma un perro, son chiquitos. Porque toda la mugre que sacamos va a un contenedor y no podemos dejarlo ahí”, no se calla nada Ángel.
A este punto llegan las cloacas de Bajo Yapeyú y un cuerpo puede tardar en ingresar a la planta menos de una hora y media. Años atrás en este lugar entraban unos dos fetos por semana, actualmente hallan un cuerpo en formación por mes.
Dudas oficiales. “Es un mito. Desde hace años se habla de la creación de un cementerio en la planta de Bajo Grande. ¿A quién se le puede ocurrir que por un inodoro, con el diámetro que tiene, alguien pueda hacer pasar un feto? Eso es más mito que otra cosa”. Ésta fue la primera respuesta desde la Municipalidad cuando se les consultó.
Mariano De Juan, secretario de Desarrollo Urbano, se encargó luego de corregir un poco esta reacción oficial: “En forma oficial nunca nadie me informó que esto esté ocurriendo. No lo pongo en dudas porque puede ser cierto, pero nunca se comunicó esto en forma administrativa o por los canales correspondientes”.

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Más Información:

Hoy Día (29/10/2012)
- Abortos: terrible situación en Bajo Grande

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