13 ago 2007

Río 3º y su industrias

La Voz del Interior (13/08/2007)
Un aire contaminado por la incredulidad

El aire que se respira en Río Tercero está contaminado por la incredulidad, las dudas permanentes, las sensaciones encontradas y el espanto. Un cóctel venenoso al que nadie ha podido encontrarle aún un antídoto eficaz.
La serie de accidentes registrada en los últimos dos meses en el polo fabril de esta ciudad agitó los fantasmas que, a paso de muerte y horror, la invadieron en el amanecer explosivo del 3 de noviembre de 1995. Y siguen allí, agazapados, desde entonces.
Otra vez las heridas del pueblo volvieron a supurar y el miedo le ganó la pulseada a la razón cuando estalló una tubería de la planta de amoníaco de la Fábrica Militar (FM), en la noche del lunes último. Muchos vecinos huyeron despavoridos de sus casas y las calles, por un rato, se transformaron en un entramado de alto riesgo de siniestros.
Antes, el 11 de junio, seis operarios de Petroquímica Río Tercero se quemaron con ácido y al día siguiente dos trabajadores de esa misma planta –productora de compuestos básicos para la elaboración de espumas de poliuretano– murieron por un escape de fosgeno (un gas asfixiante que se utilizó en la Primera Guerra Mundial y que en la actualidad se emplea en la fabricación de plásticos). Una semana después se rompió un caño con ácido nítrico y generó una nube tóxica y, el 25 de julio, una fuga de amoníaco envió al hospital a 40 trabajadores, afortunadamente sin consecuencias graves para la salud.
La explosión en la FM hace una semana fue la gota que colmó el vaso de la tolerancia, como quedó demostrado en la marcha del miércoles pasado para pedir mayor seguridad.

Todos se preguntan.

¿Por qué sucedieron tantos accidentes en el polo industrial en un lapso tan corto de tiempo? ¿Las plantas son obsoletas? ¿Se realizan periódicamente las maniobras de control y mantenimiento de las instalaciones? ¿Se respetan las medidas de higiene y seguridad exigidas para la producción de tóxicos?
La Voz del Interior se hizo eco de estos y otros interrogantes y buscó las respuestas en los protagonistas involucrados de manera directa en el tema.
“La comunidad de Río Tercero no cree en la palabra oficial ni en la de los directivos y empresarios en relación con que las fábricas son seguras. Y es razonable que sea así porque los hechos demuestran lo contrario”, se sinceró Juan Daniel Bardella, secretario de Seguridad Ciudadana y Medio Ambiente del municipio.
“Hay que velar por la salud de la población y más en esta ciudad. Por eso es necesario hacer las inversiones necesarias y tomar todo tipo de recaudos para mantener la productividad reduciendo los riesgos al mínimo posible y recuperar la tranquilidad”, planteó.
El Gobierno local celebra que la Nación haya destinado 30 millones de pesos este año y comprometido más del doble para el 2008 en inversiones en la FM. La Asociación de Trabajadores del Estado (ATE), que representa a los empleados de ese establecimiento, comparte la alegría, al igual que las autoridades actuales de la fábrica, encabezadas por el coronel Marcelo Pianta.
Es que la ola de privatizaciones de la década del ’90, que tuvo a Domingo Cavallo quizá como su mayor exponente, llevó a este puntal del desarrollo de la ciudad a vivir una larga agonía que hoy muestra sus secuelas.
“Cuando la FM dependía del Ministerio de Economía (durante las presidencias de Carlos Menem y Fernando de la Rúa) y no se sabía si se iba a vender o no, esa indefinición llevó a esta fábrica a vivir en estado vegetativo”, ilustra Pianta. Claro que, desde entonces, ya pasaron casi ocho años.
El militar aseguró que en ese período se hizo el mantenimiento, pero reconoció que la falta de inversión impidió actualizar la infraestructura.
Oscar Mengarelli, secretario general de ATE Córdoba, y Cristian Collman, a cargo de la conducción del sindicato en Río Tercero, coinciden con Pianta en el cuadro de situación y en la necesidad de definir una estrategia que permita “trabajar y producir con seguridad, no solamente por el bien de FM, sino de todo el pueblo”.
Directivos del complejo, gremialistas y autoridades políticas cierran filas en defensa de la continuidad de la planta, dedicada en la actualidad fundamentalmente a la reparación de vagones para el transporte de cereal (en su sector mecánico) y a la fabricación de ácidos sulfúrico y nítrico (en el área química).
La inversión decidida por el Ministerio de Planificación Federal los alienta en esa postura, aunque la explosión de una tubería en la planta de amoníaco, el lunes último, representó un golpe en el mentón y los obligó a revisar el orden de prioridades. La seguridad es lo primero.

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Petroquímica asegura que hace los controles

Cuando en 1981 Petroquímica Río Tercero inició sus actividades en esta ciudad –ubicada 141 kilómetros al sur de la capital provincial–, buena parte de la comunidad recuperó su capacidad de soñar con un mañana de prosperidad. El gigante de 170 mil metros cuadrados de superficie, 2.500 toneladas de acero, 500 máquinas rotativas y un millar de equipos y recipientes de tecnología de punta, se presentaba como el redentor de un pueblo que había empezado a sufrir el aletargamiento de la Fábrica Militar.
El romance entre esa planta –la primera que se instaló en el país para la producción de Diisocianato de Tolueno (TDI), uno de los compuestos básicos para la elaboración de espuma de poliuretano– fue perdiendo intensidad con el tiempo y los accidentes ocurridos en el complejo industrial en los últimos dos meses (con saldos trágicos) representan pruebas de fuego para el devenir de la relación.
Muchos vecinos tienen dudas sobre el estado de las instalaciones luego de un cuarto de siglo de actividad intensa.
Juan Bardella cree que la solución al problema de la supuesta inseguridad en Petroquímica “no requiere de una inversión millonaria, sino más bien de asumir una mayor responsabilidad empresaria”.
Para ello se basa en los resultados de la inspección realizada luego del accidente trágico de julio, que determinó la clausura transitoria.
Rolando González, quien se desempeñó como jefe de operaciones de la planta de TDI entre 1979 y 1998, no pone en tela de juicio el estado de las instalaciones a partir de la política de mantenimiento que guía a la fábrica desde su origen, aunque aclara que desde que se desvinculó de la empresa ha pasado casi una década y “las cosas quizá cambiaron”.
El experto en higiene y seguridad industrial sí es crítico del sistema de monitoreo permanente del polo fabril que pretende implementar el municipio. El esquema contempla cámaras y alarmas en todos los establecimientos para controlar durante las 24 horas, todos los días del año y desde una sala de operaciones distante, con el fin de detectar eventuales escapes de gases y otros problemas.
A su juicio, no se justifica semejante inversión ya que la frecuencia de los accidentes es muy espaciada y porque un sistema de esas características no sería eficaz para detectar con precisión escapes tóxicos.
Propone, en cambio, instalar alarmas comunitarias en las tres grandes empresas químicas y petroquímicas y en los barrios cercanos al polo fabril.
La culpa es del personal. Juan Moyano, jefe de administración de personal de Petroquímica Río Tercero, asegura que todos los accidentes registrados en esa fábrica tienen la misma causa: la falla humana.
Dice que la empresa ha certificado calidad industrial en tres normas internacionales y es auditada periódicamente por Det Norske Veritas (DNV), una multinacional con oficinas en 100 países, especializada en el gerenciamiento de riesgos. Además, afirma que en forma constante se revisan los equipos críticos y que se realizan dos paradas al año para testear todo el sistema productivo.
La Voz del Interior hizo gestiones para obtener la opinión del sindicato de Industrias Químicas y Petroquímicas de Río Tercero (que representa gremialmente a los trabajadores de Petroquímica y Atanor, entre otras) acerca de las condiciones de trabajo y la seguridad en esas plantas, pero no logró respuesta alguna.

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