26 sept 2006

Paradojas del crecimiento

La Voz del Interior (26/09/2006)
Paradojas del crecimiento

El "boom" de la soja y los apetitos que suscita el crecimiento económico pueden traer aparejados fenómenos regresivos en el plano de la convivencia, como lo demuestran los conflictos por las tierras en el norte de la provincia. El conocido dicho que reza que "no hay mal que por bien no venga", entre nosotros podría también revertirse en su opuesto: "no hay bien que por mal no venga". Suscitan esta paradoja algunas de las singulares consecuencias que la recuperación económica de nuestro país está provocando en el norte de nuestra provincia.
Era impensable hasta hace unos pocos años la riña por la posesión de la tierra en un paraje próximo a la frontera con Santiago del Estero, que tiene por centro al pueblo La Rinconada. Es un lugar poco hospitalario si los hay, si nos atenemos a la definición tradicional del confort: falta el agua o bien llueve de manera torrencial, el mal de Chagas afecta a una parte grande de su población y la pobreza es endémica.
Sin embargo el "boom" de la soja ha vuelto de pronto apetecible la zona: la relación entre el relativamente bajo esfuerzo productivo que requiere este producto y el rinde es tan desigual que los que eran campos en la práctica abandonados o en posesión de paisanos que se limitaban a ejercitar sobre ellos una economía de subsistencia, se han convertido en presa codiciable.
En la estela de este estado de cosas se produjo una serie de altercados entre un empresario entrerriano y los pobladores del lugar, que amenaza tomar contornos muy peligrosos. Valiéndose de expedientes jurídicos bastante opinables -La Rinconada figuraba en los expedientes catastrales de Santiago del Estero en vez de en los de Córdoba- un juez y algunos policías santiagueños se inmiscuyeron en la zona y consintieron la apropiación de vastas extensiones de campo al empresario.
Aunque después el conflicto jurisdiccional se dirimió en favor de nuestra provincia, los campos ya habían sido alambrados y quienes entienden son sus propietarios por haber vivido allí durante generaciones y poseer en algunos casos papeles que así lo acreditan, reaccionaron de forma airada.
Días pasados, esa reacción se manifestó, por parte de enfurecidos vecinos, en el corte de los alambrados y la ruptura de las alarmas allí colocadas. Quienes alegan ser poseedores desde hace años de esas tierras exhibieron además armas cortas y largas con el propósito de oponerse a empleados de seguridad del empresario, que supuestamente también suelen ir armados.
Este es un caso extremo, pero no el único. Córdoba se ha convertido en una provincia donde no sólo es posible sino también simple y más o menos expeditivo apropiarse de predios sobre los que otras personas tienen derechos posesorios. O bien apoderarse de tierras públicas ubicadas en lugares privilegiados, a la orilla de ríos o lagos, para dar cabida a emprendimientos inmobiliarios que asegurarían una rentabilidad cierta a quienes los hacen y unas posibles suculentas comisiones a quienes los permiten.
Se supone que vivimos en una provincia evolucionada, alejada de las prácticas feudales de otros distritos del norte argentino. Sin embargo, no parece ser así y de hecho la tensión está subiendo de tal manera que, en casos como el que hemos reseñado, la realidad empieza a imitar al arte, con situaciones que evocan a las películas del oeste norteamericano más que al trámite ordenado de una sociedad civil organizada.
Vaqueros, ovejeros y luego granjeros eran los protagonistas de esas viejas riñas, pero en su momento el gobierno central de Washington avanzó sobre esos territorios salvajes e impuso la ley y el orden.
Aquí, el orden y la ley preexistían al conflicto -en teoría- y sólo la degradación del Estado que contemplamos en las últimas décadas puede explicar que se esté llegando a estos extremos.
Es hora, pues, de que el Estado retome sus facultades y, con la Justicia de por medio, imponga racionalidad a unas disputas de intereses que no pueden seguir libradas al azar, las artimañas legales o la fuerza bruta. No puede ni debe haber lugar, en la Argentina de hoy, para bandas armadas y "capangas" que impongan la ley de acuerdo a sus exclusivos intereses.

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