21 ago 2006

El uranio en Alta Córdoba

La Voz del Interior (21/08/2006)
El uranio en Alta Córdoba

En una comunicación a la Academia Prusiana de Ciencia en 1789, el químico alemán Martin H. Klaproth anunciaba el descubrimiento de “un nuevo elemento, el cual veo como una extraña clase de semimetal que propongo denominar uranio”. El nombre fue elegido por el entonces reciente descubrimiento del planeta Urano.
El único uso que se le dio al uranio durante el siglo XIX fue como colorante para vidrios y cerámicos utilizados en cristalería y decoraciones arquitectónicas por el color amarillo-verdoso que caracteriza a sus compuestos. Su radiactividad natural fue descubierta recién a fines del siglo. Por aquellos tiempos su demanda se hacía para extraer el radio contenido en sus minerales y que se convertiría en una de las más valiosas commodities del comercio internacional de la época. Relojes con esferas luminosas, instrumentos para navegación en la oscuridad y hasta ungüentos y tierras radiactivas con supuestas propiedades curativas fueron ampliamente comercializados en todo el mundo.
El siglo 20 significó una verdadera revolución en los conocimientos acerca de la materia y la energía. Se advirtió que, bombardeando el uranio con neutrones, aparecían elementos más livianos después de las reacciones. Se pensó entonces en la posibilidad de que el uranio se hiciera inestable al ser bombardeado y como consecuencia se dividiera en átomos más livianos, liberando además una gran cantidad de energía.
Esta idea revolucionaria era la fisión nuclear que hoy se puede lograr en forma continua, ya que en cada fisión se originan nuevos neutrones que si encuentran otros átomos de uranio, vuelven a fisionarlos, dando lugar así a un proceso auto sostenido de producción de energía.
Aunque la Segunda Guerra Mundial llevó los conocimientos hacia las lamentables aplicaciones militares en Hiroshima y Nagasaki, la atención posterior se centró en su desarrollo como fuente de producción de energía. En la actualidad la energía nuclear suministra más de una quinta parte de la demanda mundial de electricidad en el mundo mediante unas 450 usinas atómicas en más de 30 países. En Argentina este porcentaje es del 10 por ciento con centrales en Atucha 1 y en Embalse.
Con este panorama, se puede decir que la producción de combustibles nucleares basados en el uranio, es una industria ampliamente difundida y aceptada en muchos países en razón de ser económica, confiable y segura, tanto para los seres humanos como para el ambiente.
La problemática planteada por las actividades relacionadas con el uranio, que llevan a cabo la Comisión Nacional de energía Atómica (Cnea) y la planta de su empresa dependiente Dioxitek SA en Alta Córdoba, ha reaparecido en la opinión pública cordobesa en las últimas semanas. En dicho predio los técnicos del ente gubernamental trabajan sobre el conocimiento de las existencias de uranio en el territorio nacional, mientras en las instalaciones de la firma mencionada se produce el combustible para las centrales nucleares argentinas. La conjunción de ambas actividades tiene por lo tanto un resultado significativo, ya que convierte una riqueza natural de la Argentina en un genuino recurso energético para la mejor calidad de vida de sus habitantes.
Analizando los argumentos esgrimidos durante las discusiones, no quedan dudas de que existe acuerdo unánime sobre la inconveniencia de que una planta industrial y un gran volumen de residuos de procesos de extracción de uranio se encuentren en esa zona de la ciudad. Debe quedar claro sin embargo, que esto no se debe a su condición de “nucleares” o “radiactivos”, términos estos usados abusiva y tendenciosamente por quienes medran con la ignorancia de la población con dudosas intenciones, sino por tratarse de una industria y de residuos “químicos” en medio de un barrio densamente urbanizado. Su particularidad en todo caso, se debe a que los materiales que se procesan son levemente radiactivos, tal como existen en la naturaleza desde que el mundo es mundo.

Un problema de comunicación
Lo llamativo de esta situación es que a pesar de estar de acuerdo en la necesidad fundamental de una relocalización, la discusión aparece recurrentemente en el seno de la sociedad cordobesa.
En la teoría de las comunicaciones se suelen utilizar algunas variables para describir las opiniones de las personas. La dirección, que básicamente mide la tendencia a estar a favor o en contra de alguna cuestión y la intensidad que evalúa la magnitud de los sentimientos implícitos en la misma. Una larga experiencia en visitas, disertaciones, entrevistas y encuestas realizadas, muestra una curiosa contradicción entre ellas. Si bien el número de personas que se definen en contra de la realización de las actividades en general es muy elevado, se verifica un alto grado de reconocimiento en su conveniencia e importancia. En otras palabras: nadie parece estar en contra de las actividades nucleares en sí mismas y se acepta la necesidad de su continuidad. Sólo se pretende que se realicen en un lugar más adecuado.
Con este marco de referencia es posible profundizar un poco más en las razones que han reactivado periódicamente el conflicto. Una de ellas, que es responsabilidad de todas las partes involucradas, es sin duda la falta de información existente sobre el tema. La población a través de sus organizaciones representativas, no ha visitado las instalaciones ni ha solicitado la información correspondiente en forma directa y efectiva. Por tal motivo no se ha involucrado responsablemente en el tratamiento de la cuestión.
Por otra parte, también se puede reprochar a los organismos responsables el no haber informado de manera adecuada los vecinos. Cabe aclarar que ambas afirmaciones no son absolutas, ya que algunas entidades vecinales y personas se han acercado a aclarar sus dudas y en el predio se reciben visitantes y se realizan conferencias y exposiciones con fines pedagógicos e informativos permanentemente. A pesar de ello en general se manejan versiones y trascendidos que no poseen fundamentos sólidos y es evidente que la información suministrada no ha sido suficiente para llegar a todos los interesados.
La construcción de la sociedad requiere de un delicado equilibrio entre quienes la conforman, en especial cuando se presentan en el mismo lugar actividades en principio incompatibles. La necesidad de establecer mecanismos efectivos de comunicación y diálogo entre los vecinos, sus organizaciones representativas y las instituciones y organismos responsables, es entonces una condición necesaria y urgente para resolver la confrontación de manera consensuada.

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